Llegué a Massa Carrara, Italia, acompañada por un equipo de producción. Durante la investigación, mientras recorría las calles del pintoresco poblado toscano, no dejé de cuestionarme por qué Luis Miguel y sus hermanos no habían vuelto al sitio natal de su madre.
Nos hospedamos en un hotel en Marina di Massa, frente al mar, sobre un modesto paseo marítimo por el que desfilaban guapísimos ciclistas y corredores. Me imaginé a Luis Miguel adolescente paseando también por allí, con su mamá, o en la moto de su abuelo.
En la esquina de unos callejones empedrados, seguía en pie, a pesar del abandono, una humilde casita en ruinas. Estaba deslavada por el Sol y ya no tenía ventanas. Era de cemento desgastado, gris y triste; tan triste como la misma historia de la madre del cantante que nació entre esas paredes. ?Será tan grande su dolor -pensé- que aún teniendo los recursos para comprar y restaurar esa propiedad, Luis Miguel no se animó a hacerlo. Podría incluso quedarse allí y vivir guarecido, lejos de los paparazzi, oculto en el anonimato, abrazando la memoria de su madre en el corazón mismo de su nacimiento.
Grabamos unas escenas en la capilla del orfanato en el que Marcela Basteri, de un año, fue abandonada por Vanda, su madre, cuando se enamoró de un camionero con el que huyó a Napóles para siempre. Se me pegaba el estómago a la espalda de imaginarla desamparada en ese lugar en el que permaneció hasta los 8 años cuando su tía Adua la rescató para llevarla a vivir con ella. Conocí a Adua; típica señora italiana, robusta, de piel clara y pelo recogido muy obscuro. ?A su dulzura se anteponía una constante expresión de angustia. ?Me conmovía mucho la pena de no volver a saber de su sobrina, una que fue como su hija.
Y estuve en la última casa en la que vivió don Sergio Basteri. Aquella de la que salió Marcela, de la mano de Sergito, la última vez que su familia la vio. Mientras grabábamos, el actual dueño nos recordó a nuestras progenitoras varias veces, ¡total! en italiano no sonaba feo.
El Sol nos castigaba ocultándose, y mientras hacíamos malabares para ganarle, yo no dejaba de imaginar a Marcela saliendo de allí angustiada de encarar a Luis Rey en España. Sufría con la simple idea de saber a Sergito casi huérfano a los 3 años.
Conectar con el pasado de Luis Miguel me enseñó que hay heridas cerradas cuyas cicatrices, al tocarlas, aún duele algo debajo de ellas, pero te encuentran inevitablemente con quien ya no está.
Por eso le diría a los ojos: “Vuelve… vuelve a Massa ?Luis Miguel”.