Francisco Gárate Chapa: Con AMLO, ¿Disrupción o continuismo?

Es claro que Andrés Manuel López Obrador en su triunfo atrajo y acaparó el “voto disruptivo” (rotura o interrupción brusca), el de muchos ciudadanos que aspiran a un golpe de timón, a una manera diferente de gobernar, administrar y hacer política en nuestro país; sin embargo, por la manera en que está tomando sus decisiones está llamando la atención y como dice el refrán: “Si hacemos lo de siempre, como siempre, obtendremos los mismos resultados de siempre”. Las decisiones últimas de López Obrador en áreas sensibles y sustanciales para el sector público y que, en general, impactan a la vida económica del país, se vienen tomando exactamente de la misma manera que en el pasado. Las mismas no se están tomando sobre la base de diagnósticos, análisis y estrategias para lograr eficiencia y eficacia, ni con metas y objetivos específicos; tampoco está proponiendo para encabezar áreas que son estratégicas a perfiles personales con formación académica, trayectoria profesional, cualidades y habilidades que pudieran mínimamente abrigar la esperanza de que en los asuntos públicos que se les encomiendan se van a manejar de manera disruptiva, tal y como es el mandato de los electores. Por el contrario, a quienes propone lo está haciendo a partir de afinidades personales y a intereses políticos, es decir, los propuestos son políticos de sobra conocidos, muchos de una larga trayectoria. Son políticos del statu quo, por lo que en el nombramiento de dichos responsables tampoco hay una disrupción, sino un lamentable continuismo que genera suspicacias. Ejemplifiquemos un tema. Propuestos a cargos y salarios, AMLO acaba de decir que nombrará en el sector energético como director de Pemex –que es la 9° empresa petrolera– a Octavio Romero y en CFE a Manuel Bartlett; la primera de éstas tuvo una pérdida en el segundo trimestre de 2018 por 163 mil millones de pesos, cifra cercana al presupuesto anual de la Ciudad de México (8,358 millones de dólares); la segunda, en el mismo lapso, de 28 mil millones de pesos (1,436 millones de dólares), un poco más que el presupuesto anual de Colima o Aguascalientes, de ese tamaño son los boquetes financieros, sólo de tres meses, que nos cuestan a todos los mexicanos. Hablando de disrupciones, ¿qué esperaríamos los mexicanos? Pues poner en esos puestos un experto, un CEO que conozca sobre la materia, que las transforme en verdaderas empresas productivas, eficientes, competitivas y rentables. Que quien llegue sepa qué hacer y no a aprender y servirse de las mismas como botín. A mí no me importaría que el director de Pemex ganara 22 millones de dólares al año (como el CEO de Shell), en lugar de 77 mil dólares anuales y con escándalos de corrupción, si en lugar de presentar pérdidas por 8 mil millones de dólares al trimestre, presenta un resultado en ceros. Así las cosas. Hoy lo que Andrés Manuel López Obrador ofrece no es disrupción, sino continuismo.