AMLO lo dice todo el tiempo. No importa si le preguntan sobre educación, política exterior, combate a la pobreza, seguridad o generación de empleo. La respuesta invariablemente es “acabar con la corrupción”.
Suena a lugar común. Pero los mexicanos llevamos décadas ahí estancados; acorralados por un sistema que no sólo no castiga, sino que premia la corrupción.
Corrupción que cuesta miles de millones de pesos. Miles de millones que no llegan a su destino, sino a los bolsillos de unos cuantos. Desvíos que empobrecen a millones.
Según el informe Las personas y la corrupción: AL y el Caribe, de Transparencia Internacional, somos el país con el índice de corrupción más alto en la región en prestación de servicios públicos; 51% ha pagado sobornos para acceder a servicios básicos en el último año.
En el índice de percepción de corrupción de Transparencia Internacional, ocupamos el lugar 142 de 183 naciones. Corrupción, es el segundo tema que más preocupa, sólo superado por la inseguridad –ligado uno y otro–, según el estudio México: Anatomía de la Corrupción del Imco.
Un 14% del ingreso de hogares se va en mordidas (Transparencia Mexicana). El Banco Mundial y el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado calculan que la corrupción cuesta entre 9% y 10% del PIB; 5% de las ventas en el sector privado se va en corrupción (Ernst & Young). Para 88% de los mexicanos, la corrupción es frecuente. Quizá por eso, sólo 27% está satisfecho con la democracia (Latinobarómetro).
El origen de la corrupción, en buena medida, está en la forma perversa en que se financian las campañas. ¿Cuánto dinero recibe un candidato de un empresario a cambio de la promesa de obra pública o contratos? Los patrocinadores cobran favores ya en el cargo. El dinero de todos se va a pagar esas facturas.
No sorprende, pues, que sólo 29.3% confíe en los gobiernos estatales; 25.5% en el federal; 20.6% en el Congreso; y 17.8% en los partidos (Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental 2017, Inegi).
Corrupción son millonarios desvíos que terminan en la bolsa de quienes los triangulan; es pagar una obra a sobreprecio; es ponerla en marcha aun siendo inservible; es prometer comisiones investigadoras que no investigan; es cobijar líderes sindicales que se sirven de sus agremiados; es crear un sistema anticorrupción y no nombrarle fiscal; es repartir desde el Congreso bolsas millonarias y pedir moche de vuelta.
Corrupción, corrupción, corrupción. Claro, no todo se resolverá “acabando con la corrupción”, ni para terminar con ella hay recetas mágicas, pero sí parece condición necesaria erradicarla.
Cómo acabamos con la corrupción, qué papel debe jugar un sistema que la combata, cómo se construye. Ahí deberá centrarse la discusión. Pero sí, sí es la corrupción. AMLO lo entendió. Hoy está a un paso de la Presidencia.
Sí, acabar con la corrupción
Llevamos décadas acorralados por un sistema corrupto.