Ha llegado la hora de los ciudadanos. Más allá de los candidatos que se postulan a diferentes cargos, los mexicanos nos jugamos en esta elección un gobierno que, o bien incida en el fortalecimiento de las instituciones y que rinda cuentas de sus acciones ante la ciudadanía, o que envíe al diablo las instituciones, que opere de manera opaca y que restrinja muestras libertades y derechos.
Nuestra democracia está amenazada por un candidato, dueño de un movimiento político clientelar y al que exige un servilismo incondicional, que ha hecho del discurso del odio, de la confrontación entre sectores de la sociedad y del revanchismo imaginario, una estrategia perversa para situarse como opción preferente. Ingredientes que por sí mismos representan un peligro para nuestra patria.
El canto de las sirenas musitado por López Obrador seduce a algunos ciudadanos. Con todo, la mayoría, a la vista de un programa sin propuestas a condición de que la única sea el regreso del autoritarismo, la desaparición de los precarios mecanismos del incipiente Estado de Derecho, la imposibilidad de exigir rendición de cuentas, decidiremos por una opción que respete y asegure nuestros derechos y libertades.
La opción representada por Ricardo Anaya carece de autoridad cívica y moral. Es candidato de una coalición a modo, consecuencia bastarda de un camino trazado por la traición y la delación, por la abolición de la democracia en el interior del PAN, por la supresión del principio de igualdad. Un candidato denunciado ante la PGR por lavado de dinero y tráfico de influencias no puede ser considerado por la ciudadanía una alternativa viable, ya que niega con sus hechos el principio de legitimidad que exige la aspiración al cargo de presidente de la República.
Necesitamos una alternativa que, respetando las instituciones y fortaleciendo el Estado de Derecho, aliente la iniciativa de los ciudadanos, promueva su participación en la cosa pública, se decida a servirnos en lugar de servirse a sí misma. Nuestro voto debe ser responsable y ponderado.
Para mí, el candidato que requiere México es José Antonio Meade. Ha demostrado ya su respeto por el ciudadano al asumirse como tal desde que comenzó su carrera de servidor público. Un ciudadano en la silla presidencial asegura el reconocimiento y el respeto a sus semejantes, concita su confianza a la hora de velar por los intereses de los ciudadanos, afianza sus derechos y se compromete con la transparencia y rendición de cuentas.
DIACRÍTICO.
No es momento de que el rencor y el revanchismo decida por nosotros, de que la emoción gane a la razón, de que el voto se transforme en arma de combate para dirimir una batalla cuando la guerra resulta decisiva para nuestro futuro. Hay que apostar por el porvenir de todos: uno que no necesite de recetas extemporáneas, sino de un programa que impulse la democratización del país, el fortalecimiento de las instituciones, el cumplimiento de la ley desde el reconocimiento de la libertad e igualdad de todos los ciudadanos, y la instauración efectiva de un Estado de Derecho.