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OPINIÓN

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Era la noche de la fiesta de graduación de mi secundaria y, como acostumbraban las escuelas católicas y privadas, se rentaba un salón y se separaban las mesas en familias y las niñas en categorías. Las populares con mamás “buena onda” que les compraban ropa entallada y hasta llevaban date para la noche, las mimadas a las que les regalaban cosas costosas por graduarse a cambio de NUNCA llevar la contra, las ñoñas sobreprotegidas y consentidotas, las rarillas, y yo me inclinaba fácilmente de la ñoña a la rarilla pero que era la única que estaba en la mesa de una familia que no era la mía. Mi mamá estaba muy enferma y el costo de la mesa parecía un gasto innecesario en momentos como ese. En ese entonces no me pareció mala idea, ni tuve tiempo de pensarlo mucho: me puse un vestido color lila reciclado de una fiesta al que mi mamá le cosió una mariposa que recortamos de una toalla y estaba lista para lo que era para mí una fiesta adulta. Al llegar, aquello parecía un desfile de modas y, a la par... de hormonas. Ni soñar llevar pareja y me alivié mucho de no haber llegado con mi hermana mayor de acompañante, como había pensado, porque me habrían hecho trizas. Antes de empezar la cena, una de las monjas pidió que se levantara el chico invitado por “Kimberly”; una de las niñas populares, ya que se había comprometido a cantar una canción de Westlife (si no sabes quién era esta boyband, googléala y, prometo, todo te hará sentido) y también la niña del discurso de fin de cursos. Nos paramos ante la mirada burlona de todos y nos pusieron en una esquina al lado de una tarima con micrófono. El volteó y me dijo: “Ah, tú eres la ñoña que va a decir las palabras” y yo le contesté “y tú eres el macho alfa que va a cantar Westlife”. Nos quedamos un segundo callados y después nos echamos a reír. Su canción fue mucho más popular que mi discurso en el que bostezaban sin parar, aunque a él lo juzgaron en lo personal mucho más duramente que a mí. Tengo el privilegio de tenerlo de amigo desde hace más de 10 años e inclusive compartir un proyecto de trabajo con él. Sí, éramos para ellos la ñoña y el “afeminado” y nos quisimos tanto y nos queremos siempre en esa diferencia de vernos y revelarnos tal cual somos. Espejos del alma que te acompañan en el caminar, mejores amigos sin los que no seríamos lo que somos ni nuestro camino se hubiera sembrado de tantas sonrisas. Si tuviste la fortuna de que alguien te descubriera como a mí por ñoño, gay, gordo, raro, tartamudo, o cualquier otra razón, significa que tuviste el privilegio de ser amigo... no dudes en recordar esa historia, y, más importante, no dudes en darte tiempo para continuarla.