La elección presidencial de este 2018 tiene rasgos similares a los que vivimos en 2006. Un candidato de izquierda sumamente popular, actuando instintivamente contra lo establecido, con una amplia ventaja en las encuestas, con propuestas no explicadas y pensando que la elección es un mero trámite. Ya sabemos cómo terminó aquella historia hace doce años.
La campaña sucia -algunos le llaman de contraste- que aseguraba que Andrés Manuel López Obrador era un peligro para México dio los resultados esperados. El propio candidato perredista, en aquel entonces, hizo todo para que en realidad se le considerara peligroso para el país. Sus dichos, arrebatos, dislates y berrinches lo pintaban de cuerpo entero como un intolerante que polarizó a la sociedad entre pobres y ricos, buenos y malos. El miedo se confirmó cuando ordenó tomar el Paseo de la Reforma que mantuvo bloqueado durante semanas, sin importar las afectaciones a terceros. Quedó claro que él es su peor enemigo.
Me pregunto si estaremos viendo en este 2018 una reedición de 2006. Tenemos al mismo protagonista en un escenario similar. Incluso, con un apoyo aún más importante frente a un desprestigio sin precedentes del PRI y del gobierno de Peña Nieto.
Los ciudadanos de a pie que tienen claro que no votarán por López Obrador mantienen la duda de a quién apoyarán. Saben que se decidirán por quien vaya en segundo lugar en las encuestas, el problema es que aún no lo ven claramente. Precisamente por eso Ricardo Anaya está llamando al voto útil. Por la misma razón es que se ha propagado el rumor de que los empresarios del país están considerando ya pedir que el tercer lugar en las encuestas decline en favor del segundo para fortalecerlo y evitar el triunfo de AMLO.
El sábado pasado, El Heraldo de México publicó una declaración de Ricardo Anaya quien se decía abierto a pactar en el presidente Peña Nieto para unir fuerzas en contra de López Obrador. Presuroso, Anaya se desdijo y descartó cualquier acuerdo cupular.
Ninguna de las dos versiones son creíbles. A estas alturas, los enconos y traiciones hacen imposible una declinación entre segundo y tercer lugar o un acuerdo con la Presidencia para unir esfuerzos. Lo único que se conseguiría sería fortalecer aún más a López Obrador.