Una broma llamada La Estafa Maestra

Hay un chiste común entre los periodistas mexicanos que someten sus trabajos a premios internacionales. Las bases de los concursos regularmente contienen la misma pregunta: ¿Cuáles repercusiones ha tenido su investigación? La broma consiste en que esa pregunta es una trampa que ha dejado fuera de la competencia a muchos trabajos investigativos firmados desde México. La causa es simple: casi siempre no hay respuesta a esa pregunta porque en México, usualmente, no hay repercusiones. Recordé esta broma cuando releí el primer párrafo de la investigación La Estafa Maestra. El texto comienza precisamente con una carcajada. Un hombre ríe cuando los reporteros de Animal Político le cuentan que su vecino es dueño de una empresa que ganó millones de pesos en contratos con el gobierno federal. Como periodista, he visto otras carcajadas semejantes, dentro y fuera de los ámbitos del poder. Se rió hace poco el dueño de una tienda, cuando preguntamos en Univision si conocían al dueño de una empresa que vendió una nave industrial a Ricardo Anaya en Querétaro, se rieron en Veracruz los dueños de una casa donde vivía la supuesta socia de una empresa que participó en el esquema por el que Javier Duarte está en la cárcel. En este concierto de risas impunes, las más trágicas viven dentro del poder. Se ríen entre dientes los funcionarios que cuentan cómo modificaban a mano documentos falsos de bienes decomisados. Se ríen quienes revisan las firmas de candidatos independientes, cuando relatan que encontraban entre las firmas falsas a sus propios compañeros. Se ríen los policías, a quienes uno les dice que el gobierno sí tiene dinero para sus uniformes, para sus herramientas, que no deberían comprarlas ellos. Se ríen los guardias de los edificios públicos, cuando uno les dice que sus jefes deberían pagar sus municiones y no es correcto que las compren en tiendas de cacería. En febrero pasado, Animal Político confirmó que el gobierno federal tenía abiertas 21 investigaciones federales por el intrincado esquema de desvío de dinero público sistematizado en su investigación La Estafa Maestra, que este lunes ganó el Premio Ortega y Gasset, uno de los más prestigiosos en el periodismo mundial. Las investigaciones penales estaban en etapa “de integración” y los responsables no solo no han pagado, sino que ahora hacen de nuevo campaña y se ufanan de anunciar que ellos también han metido corruptos a la cárcel, sin nombrarlos. Mientras usted lee esta columna, querido lector, más de un funcionario ríe a carcajadas. Incluso sobre la nueva visibilidad que un premio de esta categoría le dará al caso, ríen sobre la certeza de que los expedientes quedarán en archivo, de que todas las estafas, sean las del Colegio Rébsamen, el segundo piso o la Casa Blanca, se empolvarán en los mismos pasillos de la autoridad donde están los muertos, los desaparecidos, todas las víctimas.