Lilia Soren: ARTZ

Ingeniosa idea la de Sordo Madaleno Arquitectos de proyectar un centro comercial bajo el concepto de arte. Es probable que su plan sirva de gancho para que las señoras que salgan a comprar su bolsa Louis Vuitton se sientan como cuando pasean por Zona Maco. Hace un mes, cuando el ex Jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, cortó el listón de la obra arquitectónica, se creó la expectativa de inaugurar un nuevo espacio escultórico en la Ciudad de México, con el pretexto de que albergará obras de los artistas contemporáneos: Daniel Buren, Ai Wei Wei, Damián Ortega, Abraham Cruz Villegas y Tania Candiani. Pero Artz, como nombraron al nuevo centro de compras en El Pedregal, nada tiene que ver con el arte ni con la generación de experiencias culturales, como fue presentado. Y aunque se podría celebrar su innovador diseño al aire libre, es cuestionable su estrategia mercadotécnica de utilizar la palabra arte para denominar un lugar de compras. La idea de colocar obras artísticas en espacios públicos es excelente, siempre y cuando el fin sea acercar a la gente al arte. No obstante, en este centro comercial, las obras exhibidas no tienen el nombre del artista, menos una reseña que invite a conocerlos, o analizar la obra. Sólo están ahí como objeto decorativo. Al recorrer la plaza, que hoy todavía luce desierta y con espacios en renta disponibles para marcas de lujo, me surgió la pregunta: ¿Para qué sirve el arte? La respuesta no es para decorar el consumo de lujo. No, el arte sirve para hacer de los seres entes más políticos, más pensantes, menos autómatas. Durante el absolutismo francés, el arte funcionaba para decorar la vida de la alta sociedad. El fin de aquella época llegó con la innovación de los impresionistas (los primeros en hacer obras sin encargo) o los futuristas, que buscaban la interacción del espectador más que la sola contemplación. Ese replanteamiento era una nueva forma de asumir la práctica artística como una actividad creativa que invitara a la sociedad a reflexionar e interactuar. Si bien la plaza cuenta con rico e innovador diseño arquitectónico, lejos está de ser un sitio que promueva el arte, y sí mucho se acerca a lo que Rem Koolhaas llamó el junkspace (espacio basura), donde los sujetos pasan de pensar a consumir. Un territorio de clase, pensado para la saturación y la acumulación de lo innecesario.     POR LILIA SOREN