Mucha gente en Villa Coapa le va al Real Madrid, otros tantos de Ciudad Satélite son del FC Barcelona, mientras que algunos de Iztapalapa son de la Juventus.
Es común ver a gente de la Del Valle paseándose con la playera del Manchester United, y lo mismo en la Doctores, con la del Borussia Dortmund.
Se entiende que te atraiga la manera de jugar de un equipo, cuya sede está a miles y miles de kilómetros del lugar que te vio nacer. Es comprensible que te guste el uniforme de un club de una liga de un país que ni siquiera has visitado en sueños.
Lo que cuesta trabajo asimilar, es que exista una afición pasional por una organización deportiva cuyos dueños, entrenadores y jugadores ni siquiera saben en qué parte del mundo está la ciudad en la que vives.
¿Cómo se hace para sentirse identificado por un grupo de personas que están establecidas en Madrid o en la misma Cataluña?
Porque actualmente, me consta, estamos rodeados de personas que sienten profundamente los colores de equipos, cuya historia es completamente ajena a la de cada uno de ellos.
Sí, los sienten, textual, los hacen vibrar, los llevan a sostener las más arduas discusiones, y a emitir las más crueles ofensas.
Chilangos que defienden más a Cristiano Ronaldo que al cura de su parroquia, incluso que a su mejor amigo. Guadalajarenses que se avientan a las trompadas por Lionel Messi. Aguascalentenses que lloran si eliminan a la Juve de la Champions.
¿Por qué eres aficionado a un equipo? La respuesta a esa pregunta es cada vez más simple: porque juega bien.
Las historias de que pasabas siempre por afuera de su estadio y soñabas con algún día entrar, de que tu papá te llevó al campo de la mano, de que su centro delantero estudió contigo en la secundaria, de que pone el nombre deportivo de tu comunidad en alto, de que etcétera y etcétera, son cada vez más “babosadas de románticos cursis”.
Nos queremos sentir parte de algo, identificarnos con un escudo… pero cada vez más lo hacemos con instituciones muy lejanas.
Nos justifica el “allá juegan mejor”.Vale más la pena, quizás, no darle tantas vueltas al asunto, ser de un equipo nada más porque sí.
Sin tener que dar explicaciones, ni responder a cuestionamientos propios o ajenos.
Es futbol, nada más futbol, y no hay por qué ligarlo con términos como comuniones, identidades, valores ni tradiciones. Un juego sin mayor importancia, nada más.
Aunque yo conservo como uno de mis más preciados recuerdos cuando me llevaron por primera vez al Olímpico Universitario, hace ya tantos años…