Silencio total en Estados Unidos ante el primer debate presidencial de esta compleja campaña electoral 2018
Me pregunto, desde el otro lado del Río Bravo, las causas. Y las encuentro al menos en tres rubros distintos. No hubo referencias internacionales (ninguna, por ejemplo, al TLCAN) salvo la gracejada del avión presidencial ofrecido por AMLO a Donald Trump (que tiene dos mucho más caros, lo que cualquiera puede checar en línea, pues son datos públicos).
No hubo, tampoco, ninguna referencia a la frontera, al combate a las formas en que se arman los cárteles de droga o las fuentes de financiación, producto del trasiego y la venta de los opiáceos.
La segunda razón: el debate mismo no fue trascendente en términos de propuestas, ni económicas, ni en materia de seguridad, ni de combate a la corrupción y a la impunidad. Uno nadó de muertito, otros se dedicaron a denostarlo, un tercero propuso una ley tipo sharia para mochar manos a los delincuentes (que ha sido la delicia de cientos de memes), y la candidata sobreactuó refiriéndose a un país paralelo al que habitan casi ciento treinta de millones de mexicanos.
Decir que ella vio cómo disminuyó la violencia en el sexenio de su esposo la colocó en la irrelevancia. Los dos candidatos abajo del puntero -Anaya y Meade- decidieron dedicar sus baterías a pelearse entre ellos. Intrascendencia, banalidad. Dos horas sin propuestas novedosas. Uno administrando su ventaja electoral, dos perdidos y dos intentando restarle puntos.
Innegable la agilidad. Acorde a las leyes de la televisión, veloz, con periodistas que pudieron increpar inquisitivamente a los candidatos, orillándolos en algunas ocasiones con brillantez, como cuando Azucena le preguntó a Margarita si aceptaría a su hijo saliendo del clóset.
Eso ayudará al raiting de los siguientes, pero me siguió faltando sustancia. El formato mismo impidió, por el tiempo de réplica, que los candidatos respondieran con propuestas razonadas, y favoreció, en cambio, que se fueran por las ramas. No hubo un ganador del debate, sino un gran perdedor, el pueblo de México, que a pesar de haber pasado 120 minutos frente a su televisor, nada nuevo supo de sus candidatos a presidir el país.
¿Y el país, apá?, nos preguntábamos mientras los escuchábamos. En qué país viven, a qué país piensan servir. El 2017 fue ya el más violento de la historia reciente. El hartazgo ciudadano sustituido por el enojo ciudadano, por la ira contundente.
2018 es el año en que estamos enojados. ¡Qué digo enojados, iracundos! En el debate nadie se dio cuenta de que eso es lo que los electores quieren escuchar: no cómo golpeo al otro candidato, sino qué voy a hacer si gano para modificar el estado actual, insostenible.
Una propuesta inviable, como la amnistía -cualquiera que sea la modalidad que encarne- suena tan inútil, o tan imposible como cortar manos a quienes roben. No parece haber otra estrategia que el perdón o la continua militarización. Impunidad, corrupción y pobreza son los ejes a combatir si queremos volver a vivir en paz social, seguros otra vez.
Nos quedaron cortos, de nuevo, los candidatos. Nos quedan cortos los partidos políticos, nos quedan cortos los supuestos independientes que no lo eran hace apenas muy poco tiempo, nos quedan cortas las respuestas para la única pregunta, la más importante, la que hay que resolver, como diría el clásico hoy, hoy, hoy: ¿qué hacemos con México?
*Escritor