Creo que comenzó la era de los verdaderos debates presidenciales en México. El domingo por la noche fue un buen primer round entre los cinco aspirantes a gobernar México. Aunque siempre será perfectible, me parece que el Instituto Nacional Electoral hizo un buen trabajo. Diseñó el mejor de los formatos que hemos tenido y eligió bien a los moderadores.
A pesar de las clásicas resistencias de los representantes partidistas, el debate dejó de ser una serie de monólogos rígidos, aburridos e inútiles. Permitió que viéramos un poco más de acción, crítica, réplica y contrarréplica. Sin embargo, los candidatos se quedaron cortos, pero eso ya no es responsabilidad del INE.
Me parece que hay que trabajar más en los tiempos disponibles para que los candidatos puedan cuestionarse entre sí. Tal vez eso permita que ellos y/o los moderadores puedan insistir en las preguntas para evitar que los temas incómodos se queden sin respuesta, que no haya explicaciones a los temas espinosos o que cualquiera de los participantes simplemente ignore el tema que no le convenga. Por supuesto que siempre tendrán la libertad de contestar o no, pero un formato más libre permitiría evidenciar a cada quién.
Este debate también debió dejar lecciones para los participantes, porque aún faltan dos. En primer lugar, porque deberán tomarse con la seriedad que merece el ejercicio, que merecemos los electores y el país. Ya se vió que Andrés Manuel López Obrador no salió ileso del encuentro. Mientras los demás se preparaban, él decidió pegar estampitas en el álbum mundialista. Por supuesto, no critico que el candidato de Morena dedique tiempo a su hijo como muchos creyeron simplistamente. Critico la soberbia y el desdén que muestra López Obrador frente al debate que es una comparecencia ante los mexicanos que votarán por el próximo Presidente. La enorme ventaja que lleva en las encuestas no son motivo para proyectar tan poca responsabilidad y seriedad.
Opino también que el desarrollo de mejores debates tendría que incluir el derecho de admisión. Tal vez sea demasiado pedir, pero para incrementar su importancia y utilidad solo deberían participar aquellos candidatos que tengan posibilidades reales de competir. Quienes no alcanzan dos dígitos en las encuestas no merecen consumir tiempo en un debate que podría ser mejor aprovechado por los candidatos punteros y por los electores para conocerlos más a fondo.
También está pendiente conseguir que haya más debates que sean considerados como un derecho del elector, una oportunidad los candidatos y que aquellos que no acudan, paguen el precio en las urnas.