El monte Ararat es un chipote que agrede la frontera entre Armenia y Turquía: la línea va más o menos recta, cuando de pronto, del lado turco, brota una enorme espinilla nevada. Para los armenios, el monte es solamente la punta de un tema de conversación demasiado común. Primero, la cumbre nevada destapa la controversia histórica: Shushan, la guía de turistas, señala la punta eternamente blanca y nos cuenta que “muchos armenios creen que el arca de Noé encalló en el Ararat tras el gran diluvio y que se encuentra congelada bajo los hielos perpetuos del monte. Así que Armenia es el lugar que Dios eligió para resetear el mundo. Espero que cuando el calentamiento global derrita la nieve no nos llevemos una gran desilusión”.
La alegoría de inmediato se vuelve ironía: hoy, el monte para los cristianísimos armenios (que antes de vivir en Armenia tenían, junto al monte, un reino llamado Urartu, del que viene el nombre “Ararat”), le pertenece a Turquía, gracias a que Rusia se lo cedió a principios del siglo XX. El sitio sagrado es, para los armenios, recordatorio de la humillación reiterada, del genocidio de 1915 que ellos todavía argumentan y que los turcos todavía llaman “acciones naturales en tiempos de guerra”.
Para nosotros, americanos, la historia de Armenia es una suerte de collage hecho con recortes de System of a Down y las tres (¿o son cuatro?) Kardashian. Y, si bien acertamos en hacer de este país un collage, muchas veces amorfo, nos falta casi siempre agregarle elementos, bastante más rojos que las hijastras de Caitlyn Jenner.
Están, por ejemplo, los monasterios paleocristianos de Khor Virap y Noravank. Armenia fue el primer país en adoptar el cristianismo como religión oficial, en el 301 d.C. La transición no fue fácil, ni entonces ni a lo largo de los siglos. Shushan nos explica que “entre 1230 y 1330 hubo varias oleadas de ataques mongoles a Armenia. La estrategia del Khan en turno era destruir todo a su paso, es especial los símbolos religiosos. Los cristianos decidieron incluir en sus templos signos con los que los mongoles se pudieran identificar, con la esperanza de que no los destruyeran: por eso los Cristos de los templos armenios tienen ojos rasgados”.
Armenia ha sido soviética, otomana, romana, persa: Armenia es un chipote que le recuerda al mundo que hay sitios que aún no ven la paz como algo dado, un collage que va más allá de los prejuicios que tenemos.
Un elemento más del collage: la capital de Armenia lleva más de una semana de protestas para evitar que su (polémico) presidente se autonombre primer ministro. Las avenidas de dos niveles de Ereván son ahora ríos de gente, que fluyen como nieve derritiéndose en la punta del Ararat, acaso con la fuerza para revelar algo oculto bajo el hielo perpetuo que es, muchas veces, la historia.