A las empresas que han apostado por lo que algunos economistas han dado en llamar la base de la pirámide les ha ido bien.
Quizá el ejemplo más claro lo representa Grupo Salinas, pero en otras industrias también existen firmas que buscan a los consumidores de los segmentos C-D.
Tal es el caso de Volaris, la aerolínea de bajo costo que comanda Enrique Beltranena.
El año pasado el 8 por ciento de sus clientes de Volaris voló por primera vez en avión, y la idea es que ese segmento crezca a partir de un mercado interno más dinámico.
Para atender a la base de la pirámide Volaris requiere volumen, pero también bajar sus costos, de ahí su estrategia para modernizar su flota y en los próximos 8 años recibirá 120 aviones Airbus A320 y A321, lo que significa una inversión por la friolera de 9 mil 300 millones de dólares.
Pero ese plan de negocios no sería factible si no estuviera en construcción el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM).
Ampliar el número de asientos en nuestra aviación comercial significa economías de escala, y la promesa es que los precios de los boletos serán más accesibles.
Como sabe, la industria de la aviación está expuesta a costos fijos muy altos, uno de ellos es la turbosina, por ello Volaris aplaude que al amparo de la Reforma Energética se busque la ampliación de la infraestructura de ASA, pero también la llegada de nuevos jugadores al negocio de suministro de combustibles para la industria aérea.
Creo que más temprano que tarde Andrés Manuel López Obrador entenderá las ventajas del NAIM, porque ampliar la infraestructura hará posible que millones de mexicanos puedan aprovechar las estrategias de firmas como Volaris y dejar de utilizar el autobús.