A cualquier cosa que nos parece escapar a lo común la denominamos extraordinaria y, por ende, degradamos su significado. Ir a la RAE para buscar la definición de la mentada palabra resulta ocioso, ya que todos sabemos de qué va.
Nunca he sido un ferviente partidario de El Juli, pero siempre he admirado la rotundidad de su tauromaquia. Hace un par de días en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, Julián López El Juli hizo algo extraordinario. Indultó al toro Orgullito, de Garcigrande, después de cuajarle una faena portentosa por los dos pitones, en un derroche de calidad técnica y estética.
El indulto es debatible. Para los más puristas, al toro le faltó un punto de emoción y escarbó por momentos, pero no podemos soslayar el hecho de que acudió con bravura y celo al caballo, amén de que mantuvo la fijeza y la enorme voluntad para embestir a más de 50 ó 60 muletazos, siempre humillado, con el hocico y los pitones a centímetros del albero y de la poderosa sarga de El Juli. Un compendio de virtudes, pues.
La faena atendió a tres normas no escritas en el toreo. Fue planteada desde una ventana conceptual, que incluye tres principios fundamentales: altura, velocidad y distancia. No hubo un solo enganchón en todo el trasteo, que técnicamente fue perfecto. Desde la sutileza en los toques de muleta para embarcar al noble y bravo ejemplar de Garcigrande, hasta el mimo y el temple para llevar al burel empapado en la muleta en tandas de incontestable profundidad. Un lujo. Sin más.
El Juli ha ganado en poso y reposo. Ralentizó la embestida de un toro que demandaba la sapiencia de un gran torero frente a sí. Había que entonarse pronto para no verse rebasado por la clase del astado, que se devoraba la muleta.
Recordé por momentos la intensidad de aquella magnífica faena que Julián le cuajó a Trojano en los primeros años 2000. Aquel toro de Montecristo fue lidiado en la Plaza México y también mereció el perdón por su grandísima calidad.
El Juli nos recordó que el toreo es un arte vivo, plástico y dinámico, que atesora la grandeza de lo atemporal y resurge tarde tras tarde. Habrá quien lo considere anacrónico, lo cual es respetable, pero quien le haya dado el golpe a la faena de El Juli a Orgullito sin ser aficionado al toro, estoy seguro que se habrá quedado con la “mosca en la oreja”.
El aún joven maestro madrileño conquistó su quinta Puerta del Príncipe. Queda mucho camino por andar en la temporada “juliana”, que tuvo un arranque incierto. Tal parece que la tarde del lunes marcó el antes y el después de la misma. En resumidas cuentas, Julián López Escobar reinventó el toreo y se alejó por momentos de su esencia elemental, pues siempre ha sido un torero de raza, más que de arte y pellizco.
Y es por tardes milagrosas como la del lunes que El Juli continúa encaramado en la cúspide del toreo. Así de sencillo.
La faena atendió a tres normas no escritas en el toreo: altura, velocidad y distancia