Vivimos en la antropósfera: la era en la que el factor definitorio en los procesos de cambio en el planeta tierra es el ser humano. Se nos llama homo sapiens, el homínido pensante, homo sapiens sapiens, que también se puede traducir como el que sabe que sabe. Qué ironía que nuestro futuro está siendo amenazado por lo que no sabemos que no sabemos, además de lo que conscientemente ignoramos. Los líderes políticos más exitosos del momento apelan a un pasado que sería imposible revivir.
El actual presidente de Estados Unidos, con su racismo apócrifo y su obsesión por forzar que su gente mine carbón y fabrique tuercas, es un ejemplo particularmente aberrante. Pero también hay políticos mexicanos que buscan subsidiar la pobreza y parar con la fuerza de su voluntad los ineludibles cambios económicos y sociales.
El autor de bestsellers sobre estos temas, Yuval Harari, calcula que en menos de 100 años nuestra especie se fusionará con la tecnología y nos convertiremos en una especie de dioses.
Sus dos libros Sapiens y Homo Deus son lectura obligada para toda persona que busca incidir en lo público.
Mientras tanto, los clásicos del futurismo, como Ray Kurzweil, hablan de una singularidad para el año 2035: una especie de punto de inflexión tecnológico, más allá del cual es imposible especular, porque carecemos de las herramientas mentales para entenderlo. Es como si un neandertal tratara de entender a un físico matemático.
El ser humano, cuya evolución lo condiciona para ser incapaz de entender cambios tan acelerados, cree que lo puede parar. Sin embargo los agentes del cambio son tantos y tan dispersos (no nada más en Silicon Valley, sino en Singapur, en India, y en México mismo) que éste se da de todas maneras.
Hoy la humanidad (y por ende el mundo) enfrenta dos grandes riesgos existenciales.
El primero es la evidente deficiencia mental, emocional e intelectual de aquellos que tienen la capacidad de acabar la historia con un armagedón nuclear. En muchos sentidos éste es el reino del homo ignoramus: le hemos damos el poder a aquellos que apelan a los miedos y rencores, producto de la ignorancia.
El segundo es que lleguemos a la singularidad sin haber generado un entorno propicio para nuestro florecimiento (o hasta nuestra supervivencia).
Si todo esto es cierto, nuestros instintos políticos de buscar certezas en el pasado no nada más nos llevarán a la desilusión, sino al mismísimo apocalipsis.
México, tierra que ha sorteado varias muertes, como la desaparición de los mayas y los teotihuacanos, la Conquista, las plagas aniquiladoras, sus revoluciones y sus crisis, tiene mucha sabiduría acumulada que aportar, incluso para sortear al homo ignoramus.
Es cuestión de hacerse conscientes y dejar de fantasear en un imposible futuro forjado de un pasado desaparecido.
*Presidente de la Fundación Imagen de México y conductor de ADN40 News