La guerra civil en Siria está entrando en su sexto año y no parece tener un fin cercano. El ataque con más de 100 misiles realizado por Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña el pasado 13 de abril no significa un parteaguas en el conflicto sirio, tampoco que Occidente prepare una ofensiva en Siria, ni llevará a una guerra con Rusia. Todo ha sido calculado… pero ¿para qué?
Siria es uno de los países donde el descontento con el régimen autoritario llevó a la Primavera Árabe de 2011, una serie de protestas sociales que tenían como objeto derrocar a dictadores en el Medio Oriente. Esta ola de protestas llevó a cambios de gobierno en Túnez, Libia, Yemen y Egipto, donde los regímenes dictatoriales cayeron y –salvo Túnez- han sido reemplazados por nuevos regímenes autoritarios. En Siria, las protestas se tornaron cada vez más violentas y para el verano de 2012 era ya una cruenta guerra civil.
Siria es particular, ya que es un país donde promover un régimen democrático no ha sido de particular interés para Occidente. La familia Assad controla Siria hace más de 40 años; el actual presidente, Bashar al-Assad asumió la Presidencia en el año 2000, tras la muerte de su padre, Hafez al-Assad, quien llegó al poder en 1971 tras un golpe de Estado. Aunque Siria tiene reservas de gas, carece de las inmensas reservas petroleras de sus vecinos. El comercio con Europa se ha desplomado en más de 90% y desde 2015 sus principales socios comerciales son Irán, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Irak y Turquía.
La familia Assad es un aliado cercano de Rusia y durante la guerra fría abrió las bases sirias a las fuerzas aéreas y navales soviéticas. Estos permisos se convirtieron en una invitación formal para que Rusia estableciera una presencia militar en Siria y así lo hizo a partir de septiembre de 2015.
Para Rusia, los Assad son muy buenos clientes, pues compran equipo relativamente sofisticado para enfrentar a su mucho más poderoso archienemigo, Israel, y le proporciona a Rusia, auspicia desde 1979, una posición geoestratégica privilegiada en el Mediterráneo occidental.
El odio hacia Israel (y en su tiempo hacia Saddam Hussein) ha creado una fuerte alianza con Irán, que desde 1979 desplaza contingentes de asesores militares que utilizan Siria como puente para apoyar a Hezbolá en Líbano. A cambio, Irán proporciona apoyo técnico para los distintos programas de desarrollo militar, incluyendo misiles balísticos y armamento químico en Siria.
A principios de 2018, Rusia tenía unas 6 mil tropas en Siria, incluso una base aérea en la provincia de Latakia y otra naval en Tartus, dotadas de helicópteros de ataque, aviones de combate, bombarderos, tanques, lanzamisiles y probablemente lo más importante en este contexto, modernas baterías de defensa aérea y antimisiles. Irán por su parte desplaza unas cinco mil tropas en apoyo directo a Assad.
El apoyo incondicional de Rusia e Irán permitió que Assad resistiera y eventualmente se sobrepusiera a la oposición siria, fragmentada en por lo menos, siete distintos grupos. El más grande de ellos, con unos 50 mil miembros, es la Coalición Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), que cuenta con apoyo directo de Estados Unidos y Europa. Fuerzas especiales francesas y estadounidenses los entrenan y pelean al lado de ellos, no sólo contra el gobierno, sino contra otros grupos de oposición, al-Qaeda y el Estado Islámico. Estados Unidos despliega más de mil 700 fuerzas especiales dentro de Siria. Por otra parte, el grupo opositor denominado Fuerzas del Escudo del Éufrates, cuenta con apoyo militar directo de Turquía, un aliado de Estados Unidos (por lo menos en papel). Las Fuerzas del Éufrates pelean igual contra el Estado Islámico que contra elementos kurdos de las SDF (aliados a Estados Unidos).
La composición política e ideológica de la mayoría de estos grupos es muy heterogénea, por lo que es normal que hagan y deshagan alianzas y peleen entre ellos.
En pocas palabras, Siria es una ensalada de conflicto interno y externo, con muy pocas posibilidades de éxito para cualquiera de las partes. El escenario futuro más probable es una partición territorial –tipo post-Yugoslavia- en la que los Assad continuarán siendo preponderantes. Por lo tanto, Occidente tiene muy poco que ganar, y mucho que perder en Siria.
En cuanto al ataque en sí: había tres instalaciones consistentemente mencionadas en fuentes abiertas como parte de la infraestructura de desarrollo y producción de armas químicas en Siria: Masyaf, Dummar y Barzeh. Las primeras dos fueron atacadas por la aviación israelita en septiembre y diciembre de 2017, mientras que el ataque del 13 de abril tuvo como objetivo Barzeh -que de acuerdo con el gobierno Sirio era un centro educativo- y dos instalaciones en Homs, donde supuestamente se almacenaban armas químicas.
Tras el ataque, el gobierno sirio anunció que más de 100 misiles fueron derribados por los sistemas antiaéreos locales y Rusia confirmó que la defensa aérea siria derribó 71 de 103 misiles utilizando sistemas soviéticos antiguos – algo muy poco probable-. Rusia recalcó que sus instalaciones no fueron objetivo de los ataques y por tanto no tuvieron que involucrarse. Posterior al ataque, el Departamento de Defensa de Estados Unidos aclaró que ninguna fuerza extranjera (es decir rusa) había sido objetivo y que la acción no debería ser interpretada como un incremento de su participación en Siria. El gobierno sirio, por su parte, anunció que el ataque resultó sólo en daños ligeros a su infraestructura y la prensa local reportó que tres personas resultaron heridas. Por lo tanto, el ataque parece haber sido fríamente calculado para causar el máximo estruendo mediático y mínima consecuencia real. Recomiendo esta semana ver la comedia política Wag the Dog (1997).
*Consultor de la compañia Jane´'s basada en Washington DC.