El cometa Savitsky

Uzbekistán no sólo es el otro lado del mundo, sino un planeta rijoso que hace sentir su furia incluso desde antes de pisar sus tierras: filas de duración indeterminada en el consulado para sacar visa, cartas de invitación, aduanas que revisan hasta los centavos. Es una suerte de videojuego, donde el dinero sólo vale realmente después de los miles, donde es preciso caminar en plazas flanqueadas de edificios color arena, portones confeccionados para recibir reyes y hordas, fractales mosaicos color topacio y lapizlázuli. La única manera de escapar de la hipnosis que provocan las cúpulas de Samarcanda y Khiva, que hacen eco de la esfera celeste, es esta: a cada cinco o seis pasos, alguien nos gritaba “Hello!”, y alguien más nos fotografiaba, como si nosotros fuésemos los extraterrestres, y no ellos, que aún son capaces de ceder a la sorpresa de ver un turista. 

Incluso en ese planeta raro (que es siempre difícil de ubicar en un mapa de la Tierra) hay sitios marginados. El más célebre (si el adjetivo no es exagerado) de ellos se llama Nukus; es la capital de la región de Karakalpakstan (nombre alucinógeno, puntiagudo), pero tiene sólo dos hoteles y un restaurante que vende hamburguesas horribles y pasteles de colores radiactivos: fácilmente el peor restaurante de la galaxia. Para llegar hay que aterrizar en un aeropuerto en el que las maletas se distribuyen no sobre una cinta, sino a través de un camión de redilas con demasiada prisa. Vaya: podría decirse que es un sitio feo, al que no hay motivo para ir. Salvo porque sí hay uno, uno solo.  

Es un museo, en una explanada que le queda demasiado grande. La Colección Savitsky es el compendio de arte soviético moderno y contemporáneo más grande del mundo: durante los peores años del régimen estalinista, el intelectual I.V. Savitsky resguardó en su casa de Nukus la obra de artistas que el gobierno vetaba. Mientras en Moscú y San Peters- burgo el realismo socialista, sus perfectas figuras humanas que idealizaban al proletariado, llenaban salas en pomposos museos, el arte avant-garde se refugiaba en un pueblito de lo que entonces todavía se llamaba Turquestán. La colección superó varios embistes del régimen, gracias al suprahumano temple de Savitsky, aunque no tantos como el que hoy enfrenta: el museo, que despliega 82 mil obras de artistas como Victor Ufimtsev, Alexander Nikolayev y Elena Korovay, entre otros muchos (esos millares son sólo el 3% de la obra total de la colección), ocupa dos edificios de tres pisos cada uno, pero está aislado del mundo: sus salas se habitan por guardias que pasan muchas semanas sin ver a nadie.  

A diferencia de otras colecciones, la Savitsky no sale de gira: es necesario tener suerte para verla detrás del polvo y los muchos años luz llenos de nada que rodean a la plaza.

Como a un cometa.