Esta semana Mark Zuckerberg puso fin al sueño de los “millennials”. Lo hizo tanto en el fondo como en la forma. Lo hizo pidiendo disculpas y ciñéndose a los cánones del sistema institucional republicano que domina el mundo actual: ante el Congreso de los Estados Unidos, frente a las cámaras, con cara compungida.
Terminó la fantasía “millennial”, esa que aglutinó una serie de atributos con los que ellos mismos se creían de otra especie, de otra galaxia, cuando en realidad no eran sino un conjunto de personas convenientemente identificadas para fines mercadológicos. Ellos se creían especiales por ser “cool”, andar en bici; pasear perros en los parques; ser (supuestamente más) tolerantes con los derechos de las minorías; compartir el apartamento con un “roomie” y exigir condiciones laborales caprichosas, so pena de no desempeñarse bien en el trabajo si el empleador no les consentía. En México los “millennials” tuvieron un culmen en septiembre, cuando en su auxilio por los terremotos y con el puño en alto reivindicaron a su generación por encima de enfermeras, bomberos o personal de Protección Civil con décadas de experiencia. Solo permitieron que su orgullo fuera superado por Frida, acaso porque no era humana.
Todo eso se acabó. Zuckerberg se quitó el pantalón de mezclilla y la playera del sueño “millennial” y devolvió al mundo esta semana a la realidad institucional. Enfundado en su traje y con corbata, dejó de ser “Mark”, y se convirtió en “Mr. Zuckerberg”; y hasta el mercado de capitales respiró al escuchar que el ícono supuestamente más disruptivo de la última década y media también tiene que rendir cuentas, enfrentar la realidad y dirigirse con respeto a los representantes electos por todo el pueblo. Sí, como cualquier empresa petrolera, minera o fabricante de armas (esas que los “millennials” solían crucificar cuando se cruzaban frente a las ‘nobles causas’ que ‘denunciaban’ en Facebook).
Este proceso ya se avecinaba. Adiós a los “millennials”. Ellos también tendrán que esforzarse para terminar sus estudios, independizarse (de sus ‘roommates’ y de sus perros), mantener a sus hijos; ahorrar para su retiro…
Sin pensarlo así, Cambridge Analytica nos ha hecho un gran favor: equiparó la cancha de las generaciones inventadas por mercadólogos. Devolvió la esperanza de que las instituciones de la sociedad, cuando emergen del pueblo, son más grandes que un concepto efímero. El episodio de Facebook finalmente sirvió para recordarnos que tanto vale un anciano como un joven o un bebé. No más “millennials” encumbrados, por favor.