Le preguntaron a José Antonio Meade, candidato del PRI a la presidencia de la República – para quienes lo hayan olvidado—en la American Chamber México: ¿Por qué aceptar ser representante de un partido corrupto? ¿Cuál es la estrategia que tiene como candidato porque todos sabemos que la marca del PRI es, probablemente, una marca que ha sufrido?
A la primera pregunta Meade respondió: “No hay partidos corruptos, hay políticos corruptos y creo que vale la pena distinguirlo”. Pero se le olvidó señalar que la mayoría de los políticos corruptos se crearon, desarrollaron y fortalecieron en el PRI durante los 70 años consecutivos que gobernó este país, más los casi 6 de la actual administración. Y la pregunta de la “marca PRI” no la respondió directamente; advirtió que al país no le sirven las etiquetas en términos de “partidos buenos o malos”.
¿Cuál marca? Podría haber argumentado, y hasta precisado lo siguiente: Yo ya ni la uso porque me da pena. Prueba de que la “marca PRI” está en desuso –por no decir que arrumbada y olvidada- en su campaña política podría ser que en todos los eventos donde Meade se presenta, así como “spots”, anuncios espectaculares, promocionales, panfletos, etcétera, el logo del PRI no aparece y fue sustituido por tres flechitas.
Sus estrategas de campaña llegaron a la conclusión de borrar todo vestigio del PRI para dar lugar a la imagen de “Pepe #Yomero”. Si lo promovemos con la marca PRI, que antes era orgullo de los militantes, nadie va a votar por nosotros, confiesan aquéllos. Lo anterior hizo recordar a los observadores políticos objetivos e imparciales parte de la letra de la canción titulada “Secreto de amor”, que canta Joan Sebastián y que dice: “Te voy a cambiar el nombre para guardar el secreto... delante de la gente no me mires, no suspires, no me llames, aunque me ames… te voy a cambiar el nombre, para guardar el secreto…”
Efectivamente, Meade nunca ha estado involucrado en un escándalo de corrupción, pero el hecho de ser el candidato del PRI “lo etiqueta”. La realidad es que, para él, para su imagen, prestigio y trayectoria, la marca del “tri” constituye una losa de concreto tan pesada como las que colocan los “enterradores políticos”, y de los otros.