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La reputación

OPINIÓN

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Estimado fan, seguramente recuerdas instantes hermosos que tu mente congeló, preservándolos en perfecto estado, para su uso posterior. La memoria procura empaquetar con cuidado, para guardar cada elemento con el mejor propósito, el de salvaguardar tu felicidad. Pasa con las remembranzas no sólo deportivas, sino de cualquier ámbito. En tiempo de crisis, es como cuando el aquejado por insomnio camina hacia el refrigerador para comer algo, porque su sonambulismo fermentado por las angustias le provoca una sed de credibilidad con algo, cualquier cosa que llene el vacío. Entonces, antropófago de su alter ego, se cena su último recuerdo vivo agradable. Los productores de contenidos especializados en deporte debieran tomar muy en cuenta esto antes de considerar al fan como una mera estadística. Detrás de cada fan hay una persona. Las crisis son como termitas que devoran la buena madera de la alta calidad hasta agotarlo, y el deporte es una válvula de oxígeno que dota de humanidad, de buenos ejemplos, a las masas siempre insatisfechas. Es cierto que las empresas son frías, impersonales, pero no deben serlo quienes las guían, gestionan o dirigen. Los protagonistas del deporte no deben olvidar su ineludible compromiso con la gente. Como el deporte pertenece a la industria del entretenimiento, a veces parece muy sencillo equiparar la maquinaria deportiva con la de la farándula.  Sucede con el oropel del mundo del espectáculo de la nota rosa, algunos figurines que forman parte del entorno deportivo celebran su alcance mediático con el ímpetu de un cocuyo que brilla, mientras le dure la noche. La fama es ese humo efímero que tiene la duración del escándalo. En cambio, el prestigio es un animal distinto, que se alimenta con una proteína difícil de cultivar, la buena reputación. En lo mercadológico, la reputación se mide. Es cierto que lo que se vende es tan bueno como la última percepción recabada en una reseña de quien lo consumió para recomendarlo o no. Pero importa más la experiencia generada a través de los años. La reputación se obtiene de la percepción multiplicada por el tiempo. En cuanto a imagen pública, el prestigio se deriva de una buena reputación. Muchas veces se ve el caso en el que los directivos o empresarios del deporte se sienten más importantes que las figuras deportivas. El apego a la fama. La historia recuerda a Guillermo Cañedo de la Bárcena como un modelo de directivo, cuyas gestiones sirvieron a México para ser sede de los Mundiales de 1970 y 1986. No trascendió por cosas negativas. Su prestigio es el que debe inspirar ahora a Yon de Luisa, quien a pesar de su juventud, lleva el trazo de una ruta interesante, alejado de la imagen titubeante de Decio de María, a quien se le recordará más por ser tratado como empleado de quinta por presidentes de clubes y por su señal obscena al público, más que por sus aciertos profesionales. El deporte, como otros ámbitos en México, requiere de dirigentes con menos fama y más prestigio.