Recluido en Los Pinos, desde la segunda semana de febrero el presidente Enrique Peña ha suspendido la mayor parte de sus actividades para concentrarse en ganar la elección presidencial. El primer paso del plan es la ofensiva del gobierno contra Ricardo Anaya. Tras exhibirlo más de dos semanas como un corrupto y un lavador de dinero, Peña enfrenta las horas más determinantes de su régimen.
Basada en momentum y fuerza, la guerra contra Anaya es desplegada desde todos los frentes: el PRI, la PGR, el SAT y una impresionante ofensiva en los medios. Pero como ocurrió con la falange, la estrategia que hizo invencible al ejército griego como un bloque masivo, el presidente enfrenta el mismo conflicto que llevó a los griegos a la derrota.
La debilidad del PRI, de Peña y del candidato José Antonio Meade es la misma de los griegos: la falta de flexibilidad en una estrategia cimentada básicamente en el uso de la fuerza. La diferencia es que Peña, Made y su partido no parecen tener más opción que avanzar a la elección al filo de la ley, utilizando las estructuras del gobierno para golpear y debilitar tanto a Ricardo Anaya, primera escala de la ofensiva, como a Andrés Manuel López Obrador, contra quien se dirigirá el ojo de los cañones en abril.
La estrategia puede resultarle costosa a Peña, quien previsiblemente se ha apoyado temprano en las instituciones para desplegar la ofensiva. A un grupo significativo que había denunciado la intervención de Peña en la elección, se añadió en las últimas horas otro núcleo de intelectuales, escritores, periodistas, comentaristas de noticias y académicos que en una carta advirtieron al presidente Peña que México es una democracia joven con instituciones débiles.
“El uso del Ministerio Público federal para perjudicar al candidato presidencial del Frente Por México, Ricardo Anaya, erosiona aún más a las instituciones que encarnan la autoridad del Estado mexicano”, dice la misiva, publicada en la revista Nexos.
Una nota relevante es que la carta es firmada por algunos personajes cercanos al gobierno y favorecidos por medio de contratos y negocios editoriales, lo que permite ver que en el último tramo de gobierno y de cara a las elecciones se ha erosionado el respaldo que antes otorgaron al presidente esos personajes influyentes en el círculo rojo.
Las siguientes horas y días serán cruciales para saber qué rumbo toma la contienda. Una posibilidad, la más sólida, es que Peña siga adelante con la ofensiva, a cualquier costo, así sea manchar la elección desde antes y elevar la cuota de desprestigio que pesa sobre su gobierno, dentro y fuera de México.
Para ganar, Peña parece dispuesto a correr el riesgo de reforzar en el imaginario la imagen de un gobierno autoritario que camina en el filo de la ley. La pregunta es si al hacerlo revivirá a Meade, o arrastrará al fondo al PRI y a su candidato.