Inadvertidamente el gobierno federal puso a prueba la convicción democrática de todos los actores políticos de país y, ultimadamente, de la sociedad misma. Sin duda esa no era su intención.
Al lanzar a la Procuraduría General de la República a la cacería de Ricardo Anaya, candidato de la coalición PAN-PRD-MC denominado Por México al Frente para intentar descalificarlo como candidato presidencial, el gobierno federal se convirtió en un actor principalísimo en la contienda. Estableció, con toda claridad y, peor, ante los ojos de toda la sociedad, su apoyo incondicional y voraz al candidato presidencial del PRI, José Antonio Meade.
Esto, en el contexto de la última encuesta sobre la aceptación del Presidente Peña Nieto, ubicándolo como el peor calificado de todos los presidentes mexicanos desde que se hacen estas evaluaciones. El 21% de aprobación y 69% de rechazo a la gestión presidencial que estableció la casa encuestadora Mitofsky en una medición publicada en El Economista es un batazo a la cabeza de las pretensiones del PRI por retener la Presidencia de la República. Esto, esencialmente, es lo que explica el virulento ataque al candidato frentista.
La intención de la ofensiva legaloide del gobierno contra Anaya sin embargo también expresa la poca, o nula, convicción democrática del gobierno en turno. No investiga las acusaciones internacionales de corrupción de la empresa brasileña Odebrecht con el director general de Pemex, aliado del actual gobierno, que rondan los 10 millones de pesos, y ha arrastrado los pies en los casos de gobernadores priistas acusados de escandalosos robos de recursos públicos, haciéndose dueños de cientos de propiedades dentro y fuera del país. Es decir, este gobierno ejerce una justicia selectiva: ataca a opositores y encubre a los suyos. Investiga casos que involucran dineros privados pero hace caso omiso de investigar corrupción y enriquecimiento con dineros públicos. En este caso, lo tratan como dinero propio, personal, no producto de los impuestos que pagamos los ciudadanos.
Ha sido vergonzoso el papel del Presidente del PRI y del coordinador de la campaña del candidato presidencial Meade en la televisión en estos días, con sus carpetas de supuestos documentos oficiales incriminatorios entregados a ellos por la PGR y el CISEN bajo el brazo, lanzando epítetos incluso vulgares contra el candidato del Frente, mostrando su bajeza intelectual y verbal, escupiendo frases de indignación moral, pensando que eso le lavará la cara a un sexenio degradado por la corrupción. ¡Cuán poco saben del pueblo que quieren gobernar!
Peña Nieto, la PGR, el PRI y Meade han perdido la discusión, porque ya no es sobre Anaya, sino sobre ellos, sobre sus métodos para utilizar a los órganos del Estados mexicano como su instrumento personal para retener, a toda costa, el poder político, manipulando a la opinión pública en el sexenio que concluye. Editorialistas y columnistas, políticos y actores sociales cuestionan el uso antidemocrático y autoritario de órganos del Estado para aplastar a un candidato, y no reparan tanto sobre el caso oscurecido y opaco del uso de fondos privados.
Incluso, honor a quien honor merece. René Fujiwara, recientemente integrado a Morena, criticó el uso de los aparatos del Estado para aplastar a sus opositores, como sucedió, y sucede, en el caso de su abuela, Elba Esther Gordillo. Enrique Krauze, quien criticó el desafuero de López Obrador en 2005, se sumó al coro de voces condenando la acción del gobierno federal. Margarita Zavala se sumó, en un primer momento, a la ola de ataques a Anaya, pero supo corregir a tiempo su posición, seguramente percibiendo un cambio en el estado de ánimo social ante este asunto. En cambio, López Obrador tuvo, en esta circunstancia, una gran oportunidad para demostrar un talante democrático, pudiendo criticar el uso faccioso de órganos del Estado, pero no lo aprovechó. Criticó a Anaya y, con ello, mostró pequeñez de miras y develó su verdadero rostro de aliado objetivo de la antidemocracia. Para muchas personas el asunto ni siquiera era tanto defender a Anaya, como defender a la sociedad de los peligrosos impulsos antidemocráticos que subyacen en el régimen político mexicano.
Este insólito caso también devela otra realidad. La ceguera y/o negación del PRI ante su situación en la contienda nos debe de alarmar a todos. Tan impopular es el Presidente que no puede aparecer en eventos con el candidato de su partido. A pesar de explicaciones sesudas que justifican las razones que Meade aún puede ganar la elección, son sueños vaporosos. Bien haría el PRI en prepararse para sobrevivir en las Cámaras con votos suficientes para incidir en algunas decisiones. Solamente así podrá salir de este gigantesco error político que ha cometido de mostrarse ante la sociedad nacional e internacional como es: un animal prehistórico sin la menor pretensión democrática. Y comete este error porque no cree en la gente: cree, únicamente, en sus intereses como encarnación del interés nacional.
Por Ricardo Pascoe Pierce