Ir a la playa no tiene sentido

Pertenecemos a una especie extraña. Cuando llegue el momento, será dificilísimo explicar a los extraterrestres por qué estos primates lampiños equiparan la quemazón de células cutáneas con la paz espiritual. Explicar el extrañísimo rito de migrar a la playa en manada, cada vez que todos nos ponemos de acuerdo para darnos vacaciones generalizadas. Argumentaremos que en esas ocasiones también vamos a pueblear (otra extraña actividad, esa de visitar las ciudades que no son ciudades, esa de dar codazos en medio de multitudes insoladas; quizá lo mejor será no meternos en esa controversia). Pero los aliens seguirán señalando con sus tentáculos las atiborradas arenas de Acapulco en Semana Santa, insatisfechos con nuestro fallido argumento. Diremos, sin saber muy bien por qué, que es algo más allá de nosotros: tirarnos al sol está en nuestro inconsciente colectivo. Nos harán notar que es más bien una alucinación colectiva. Quizá tengan razón: cualquiera que haya ido a unas vacaciones en familia lo sabe ¿Cuántos kilos de arena se comió ya el bebé? ¿A qué hora hubo que despertar, señor, señora, para apartar las tumbonas? ¿Puso en la maleta la loción para las quemaduras, el libro, los lentes, la actitud para no pensar un sólo segundo en las deudas? Vista desde cierto ángulo, la playa es una tortura. Lo sabemos los que no tenemos cuerpo de maestro de yoga, quienes sacamos el brazo al sol sólo para mentar la madre en el tráfico. ¿Y entonces por qué disfrutamos la playa?, preguntarán los aliens ¿Por qué todos fantaseamos al menos una vez en la vida con mandar al diablo el cubículo y largarnos a dar clases de surf? Nosotros, bichos citadinos, no lo sabemos decir con todas sus letras. Pero tenemos una escena en Mahahual, que podría dar alguna luz a los extraterrestres: Aunque el cielo todavía es un degradado de luces, el sol ya se ocultó: pasamos todo el día quemándonos las células cutáneas, ondeando al aire nuestras lonjas y brazos bicolor. Estamos echados en una hamaca, viendo al mar, al sargazo que trae la marea tersa. La demás gente en el hotel-chiringuito ecoturístico (casi todos hippies con mayor o menor grado de especialización) se ha ido. Nosotros simplemente vemos: el sargazo encalla, la última gaviota se hunde en el agua buscando comida, el agua suena, el cielo pierde color. Mañana la vida amanecerá de nuevo y nosotros volveremos a chuparle paz al sol por la piel. Volveremos a buscar significado en las cosas, a buscar vida en otros planetas, a hacer maletas para ir a lugares interesantes. Pero esta noche, esto es lo que es. Esta noche, en Mahahual, sobre la arena, somos como cualquier otro molusco: nos conformamos con el agua. No tenemos siquiera células cutáneas en las cuales pensar.    POR RUY FEBEN Y CARLOTA RANGEL IG: @LAS.SENALES.DE.HUM0 /TW: @LAS.SENALES.DE.HUMO