El temor de Vargas Llosa

Lo invoqué. Mencioné aquí a Mario Vargas Llosa como posible pretexto para desentenderse de la política; y como si lo hubiera yo llamado a corregirme, volvió a alzar la voz contra lo que llamó el retroceso a una democracia populista y demagógica. Evadió López Obrador lo que consideró una provocación de parte del buen escritor pero mal político; por ahora, hasta ahí el diferendo.   No creo que Vargas Llosa haya sido un mal político. Estuvo a nada de ganar la presidencia de su país, y solamente fracasó en la segunda vuelta contra Alberto Fujimori, figura temible que desde su mandato, y hasta la fecha, ha representado un riesgo para la democracia peruana. Al respecto, le pongo al día: el presidente Pedro Pablo Kuczynski, en el ojo del huracán público por su vinculación con Odebrecht, decidió otorgarle el perdón a Fujimori, quien se encontraba preso por crímenes de lesa humanidad, a cambio de que el bloque fujimorista en el Congreso evitara el juicio político contra Kuczynski. Es decir, no perdió Vargas Llosa contra cualquiera, sino contra quien ha resultado un político muy potente. Además, si solo se define a un político como bueno por su triunfo en la presidencia, pues el criterio ciertamente no le favorece aún a quien lo propone.   No pierda oportunidad de leer “El pez en el agua”, la obra autobiográfica de Vargas Llosa en que contrasta los episodios de su vida que lo convirtieron en escritor, con los de su campaña a la presidencia del Perú en 1990. Ahí se entiende por qué este pez se reconoce más cómodo en las aguas de la escritura, pero siempre con la mirada puesta en el indispensable y demoníaco mundo de la política.   No son injustificados los temores de Vargas Llosa. Otros han detallado las razones detrás del temor liberal frente al proyecto de Morena y su aliado conservador. Pero me parece que la advertencia antiautoritaria aplica no solamente a una de las opciones que están hoy en la boleta, sino también a la mayoría de las élites políticas de nuestro país.   De entrada, se percibe en general un franco desprecio respecto de los votantes. Se les supone inermes, incompetentes, emocionales, manipulables, ineptos. Peor, no existe, genuinamente, ninguna oferta integral y congruente de profundización de la democracia que parta de lo esencial: abrir las puertas de la participación ciudadana a muchas más expresiones políticas. Todas las propuestas de transformación disponibles, cuando existen, ponen el acento en cómo los liderazgos políticos (los actuales) se reorganizarán para ahora sí funcionar mejor.   Así no llegaremos muy lejos. Se necesitan reducir las barreras de entrada a la política para que muchos ciudadanos más, con genuina motivación de servicio--independientemente su ideología--puedan enfrentarse con éxito a quienes solamente desean un reacomodo de rentas políticas. Quizá una siguiente vista de Vargas Llosa a nuestro país lo acercaría a mi diagnóstico. Además del temor de la regresión populista, nos asedia el riesgo de la mediocridad partidocrática. Decano Ciencias Sociales y Gobierno Tecnológico de Monterrey @AlejandroPoire @CSocialesTec