Trump, la nostalgia y la realidad

El presidente Trump llegó a la Casa Blanca con la promesa de recuperar tiempos idos, cuando Estados Unidos podía ignorar tranquilamente al mundo y se sentía racial y culturalmente homogéneo.   Esos implicaban, por un lado, corregir los desbalances y las omisiones domésticas producidas durante la construcción del orden internacional creado después de la Segunda Guerra Mundial con base en el poderío económico y militar estadounidense.   Sus primeros meses en la Presidencia han estado llenos de lo que el politólogo Charles Kupchan define en la revista Foreign Affairs como "no tan sutiles homenajes a los días que cristianos de extracción europea dominaban EU".   Las implicaciones son muchas y diversas. Desde racismo hasta xenofobia y nostalgia por los días en que el excepcionalismo estadounidense implicaba mantenerse al margen de lo que ocurría en el mundo, excepto cuando retrataba de sus intereses directos. Un mundo que todavía se vivió en aparente autosuficiencia en los años 50 y 60.   Pero esos años fueron también los que forjaron la segunda versión del excepcionalismo estadounidense y se impuso lo que Kupchan y otros llaman "Pax Americana", en recuerdo del Imperio Romano. Pero ahí donde los romanos conquistaron, los estadounidenses controlaron lineas de comunicación y comercio, especialmente marinas y como subproducto, la globalización.   Y Trump es un nostálgico de esos días.   De acuerdo al menos con una versión, Trump "se siente" la personificación del "sueño americano" que se refería a la construcción de casas e imperios industriales, y desearía el retorno a principios básicos de la sociedad que conoció hace medio siglo.   En opinión de observadores de Donald Trump, como Jonathan Swann de Axios, esa característica en alguna forma se hace más notable en su desatención por el comercio internacional, pero su fijación en la producción de acero y el intento de resucitar el carbón y su interés en el poderío militar.   Y eso significa regresar a la era donde las minorías étnicas eran simplemente marginales, los reclamos de igualdad femenina no existían o eran ignorados, el mundo y la competencia global parecían muy lejos y ajenos al país.   Es, como dicen algunos historiadores, un retorno al experimento del capitalismo nacionalista, que está condenado a fracasar o a ser modulado por la realidad actual.   El problema es que la interrelación de EU y el mundo es demasiado grande como para ignorarla y mucho menos abandonarlo.   La realidad es que ni Estados Unidos ni el mundo pueden regresar al unilateralismo que tan brevemente existió tras el desplome de la Unión Soviética: hay varias potencias que —como China, Rusia y la Union Europea— aisladamente pueden desafiar a EU en lo económico y militar. En otras palabras, pese a Trump, Estados Unidos necesita del mundo, y éste de aquel.   ***