Nadia comaneci conjugó todos los opuestos, logrando la grandeza con sólo 1.50 metros, 40 kilos y apenas 14 años
Montreal, 1976. Cola de caballo alta con un sencillo listón y un fleco recto. Usa un uniforme blanco con apenas un par de vivos discretos, el 73 en la espalda y un escudo al frente. Con el rostro serio y la mirada decidida, extiende los brazos para iniciar su rutina. Corre hacia el trampolín, se impulsa y brinca hacia la primera barra, sus manos apenas la tocan porque su destino es la segunda, a la que se aferra y empieza a girar. Una vuelta, otra, otra más, salta, vuela, pasa de una barra a la otra y sigue girando en posición perfecta.
Aterriza sólidamente, firme, sin titubear. Sólo 20 segundos han pasado y le han bastado para cambiar el mundo.
La gente aplaude, pasan los segundos, ella espera, tranquila, el resultado, pero está claro que la demora no es normal. Por fin la calificación se pinta en el tablero electrónico: 1.00.
El público, sorprendido, no sabe cómo reaccionar mientras que por el sistema de voceo se explica que los jueces han otorgado un 10 cerrado. El aparato no estaba preparado para eso, ni el público, los jueces, ella o el mundo. La ovación revienta el recinto mientras ella sonríe y vuelve a su lugar.
Siete veces obtendría un 10 en esa justa y se llevaría cinco medallas a casa, tres de oro.
Nadia Elena Comaneci nació el 12 de noviembre de 1961 en Onesti, Rumania. Su padre, mecánico, y su madre, oficinista, le enseñaron que el trabajo duro y constante daba resultados.
Ellos decían que su deseo de volar provenía del ave que fue su primera comida. A los seis años, en la granja de sus abuelos, subía a las copas de los árboles y se columpiaba de rama en rama. Explicaría más tarde que la sensación de libertad de esos movimientos era embriagadora.
Pero fue por ese tiempo que conoció a su entrenador Béla Károlyi, quien la reclutaría para su escuela de gimnasia.
A los 11 ya era campeona nacional y a los 13 mundial, pero lo que hizo en aquellos Juegos no se había visto nunca. Nadia puso a la gimnasia femenil y a Rumania en el mapa, como nada antes de ella, y a la fecha es uno de los deportes olímpicos más seguidos.
Su nombre significa esperanza, pero lo que la llevó a obtener reconocimiento como una de las mejores atletas de la historia fue su amor y su dedicación. Mucho se ha hablado sobre la dura disciplina a la que se encontraba sometida mientras entrenaba, pero ella sentía pasión por su deporte y enormes ganas de llegar cada vez más lejos, de rebasar sus propios límites, lo que para otros era insoportable e inimaginable, para ella era asequible con esfuerzo.
Ese deseo de libertad marcó su vida. Después de ser nombrada héroe nacional, tuvo que soportar cada vez más restricciones y cuando en 1981, después de que sus medallas de oro en Moscú se consideraran un fracaso político y de que sus entrenadores se exiliaran, el gobierno de su país puso más controles a cada movimiento que daba.
Ella se exilió también en 1989, dejando atrás su país, su familia y una vida cómoda a cambio de ser libre y para seguir inspirando a miles de personas en el mundo, que ahora saben que la perfección existe y se llama Nadia.
Por Gustavo Meouchi