La rigurosa elegancia del señor Talese

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Hace unos días, John Ortved, colaborador de la sección de arte del New York Times, llegó a la feria de antiquarios de la ciudad en la vieja y bella Armería de Park Avenue, donde habían desembarcado más de 200 de los libros más extraños, entre ellos una primera edición de “On the Revolutions of Heavenly Spheres”, de Copérnico, a la venta en dos millones de dólares.

En la Feria, sin embargo, Ortved no puso su atención solo en las antigüedades literarias revisadas con detalle por los grandes autores, y desvió el foco de sus inquietudes a la vestimenta de algunas luminarias como Gay Talese, Jay McInerney y Fran Lebowitz.

Talese, padre del nuevo periodismo, llevaba un traje negro hecho en Paris con el cuidado con el que su padre los diseñaba. Una vez, en el taller familiar por error se hizo un corte en la parte frontal de un conjunto encargado por un miembro de la mafia. Ya no había tiempo para rectificar, así que el sastre hizo la misma incisión en los pantalones de sus ayudantes, elaboró un tejido sutil y perfecto en L, y cuando el cliente llegó, le dijo que el pliegue era el último grito de la moda.

“¿Qué lo trae por aquí”, le preguntó Ortved a Talese, a lo que el periodista y escritor de 86 años respondió con una verdad rotunda:

“Soy un antigüedad, una antigüedad ambulante entre las antigüedades. Crecí en un mundo impreso y aún soy parte de él. Soy el espíritu de este lugar”, dijo Talese plantado firme como un árbol viejo en la Armería, construida por el séptimo regimiento de la Guardia Nacional, la primera milicia que respondió al llamado del presidente Lincoln.

Talese no posee ni le interesa hacerse de un teléfono celular. Sigue recibiendo llamadas en el sótano que le sirve de guarida en su casa de la avenida 72 en Manhattan; desconfía de las grabadoras, toma notas en unos cartones blancos que recicla de los envíos de la tintorería, en unas cajas decoradas preserva sus apuntes de cinco décadas, y su forma de vestir con elegancia no solo tiene que ver con la apariencia, sino con la rigurosidad espartana que confiere a su trabajo.

“Esa es una bufanda de lana”, le hizo notar Ortved sobre la prenda beige que le rodeaba el cuello.

“Se distingue por las líneas verticales –respondió Talese–. Si estuvieras parado sobre mi cabeza, verías esas líneas correr con perfección. Me gusta la precisión”.

La principal enseñanza de Talese ha sido la paciencia y el filo del sastre para confeccionar historias compartidas por personajes que le han dado la confianza de entrar en sus vidas durante meses y años. “¿Si la gente se viste para los funerales –preguntó una vez Talese–, ¿porqué no vestirse para celebrar la vida?”. Dijo y se caló  el sombrero, como los periodistas que con furia tundían las máquinas con el rodillo cargado de tres copias de papel carbón.   WILBERT TORRE.