Hace casi 30 años terminó una versión de "guerra fría", y en cierta forma puede afirmarse que el año pasado comenzó un segundo capítulo.
Pero si en verdad se trata de un juego de más largo pasado y probablemente igualmente largo futuro, también lo es que la retórica semiaislacionista del presidente Donald Trump puso en marcha nuevas fuerzas y aceleró un desarrollo que se veía venir ya hace una década.
Por un lado dio aliento renovado a los posibles rivales geopolíticos de Estados Unidos, pero creó desconfianza entre quienes se consideraban como aliados y socios, para desatar algo que se parece a la "guerra fría", sin los ribetes ideológicos, excepto algunas formulaciones nostálgicas.
Para quienes extrañan el régimen proclamadamente marxista que por 70 años gobernó la desaparecida Unión Soviética, los nuevos anuncios de armamento del presidente Putin son certidumbre del resurgimiento de un poder militar que rivaliza y hace contrapeso al estadounidense.
Para los relativamente más "puros", el socialismo a la china es una señal de lo que puede hacer la combinación de una economía con tintes capitalistas pero dirigida por un gobierno central socialista.
La desconfianza creada por Trump aceleró los movimientos de la Unión Europea, sus componentes, por tratar de asumir una política propia, aunque siempre con un ojo en lo que fue por muchos años la certidumbre del respaldo militar estadounidense.
Otras regiones, como Asia, buscan fórmulas para encontrar nuevos equilibrios con la realidad de la pujanza económica china y el aparente retroceso comercial de EU, aunque continúe su presencia militar en la región. La nueva "guerra fría" es un juego sobre todo de geopolítica, con intereses de largo plazo, que en el caso ruso anteceden con mucho al surgimiento y desaparición de la URSS, con el pasado chino como lección objetiva al actual gobierno del costo de ignorar su entorno, como parece hacer ahora la Administración Trump.
El siglo XIX fue sobre todo el del juego geopolítico, con las potencias europeas como jugadores principales y el resto del mundo como observadores y actores secundarios.
El siglo XX y las dos guerras mundiales simplificaron las cosas en cuanto a que redujeron la situación a dos grandes alianzas, pero la desaparición del campo socialista y el actual aparente retroceso estadounidense abren el juego de formas imprevisibles. Es en cierta forma el mismo juego pero en esteroides, con viejos jugadores como la Rusia ahora de Putin, las naciones europeas y Japón, y con nuevos jugadores mas allá de los viejos centros de poder, como pueden ser Irán, Arabia Saudita, Brasil, la propia China y -¿porqué no?- México.
El juego no es nuevo, pero la escala y las circunstancias han variado. Los resultados tienen y tendrán mucho que ver con lo que hagan los participantes, voluntarios o no. Y ninguno de ellos se puede permitir dejar el lujo de creer que puede abstenerse.