No le saquen

En la antigua Grecia, la cuna de la democracia, los asuntos de la Ciudad se discutían frente a la gente, se debatía y entonces, se tomaban decisiones. La democracia, para que funcione, tiene como condición esencial, más allá de las instituciones que garantizan procesos equitativos y transparentes, una base fundamental: que las personas puedan razonar su voto, que puedan tomar decisiones a partir de información cierta, que puedan comparar visiones y propuestas, y en nuestros tiempos, que esa información fluya directamente desde un candidato hasta  el ciudadano. En la era de las redes sociales, el colapso de la conversación pública constituye un problema que obstaculiza el correcto funcionamiento de la democracia. Todas las voces pueden escucharse, todos podemos hablar y opinar, pero también requerimos momentos en que las voces lleguen sin distorsiones ni filtros. Si no hay información clara, tampoco existe el voto razonado, y sin éste, entonces nos perdemos en el laberinto de la demagogia, que entre otros muchos recovecos, es hoy una causante central del desgaste de la insustituible democracia. Si no hay debates, si no se confrontan las visiones de unos y otros, como mínimo derecho de quienes tenemos que decidir por el futuro, entonces quedamos a merced de la nueva manera de formar opinión pública, a través solamente de lo viral, del rumor y de lo frívolo. Por eso, celebro que los magistrados de la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) revocaran la prohibición que estableció el Instituto Nacional Electoral (INE) y avalaron que pudiera haber entrevistas, debates y mesas de análisis entre los aspirantes presidenciales en medios de comunicación. El gran vehículo que tiene el ciudadano para moverse con ventaja en lo público es precisamente conocer qué esperar de cada propuesta de gobierno. Por eso, si bien hay programados tres debates durante las campañas, los ciudadanos deberíamos exigir a todos quienes desean aspirar a un cargo de elección popular, presentarse así; sin filtros, comparando y discutiendo, porque ésa es la riqueza que tiene la política. El debate público no debe ser visto como un espectáculo con fecha y hora, en un país en donde tantas cosas dependen de una elección. Por el contrario, el diálogo y la reflexión deberían de ser cotidianos, permanentes, amplios y abiertos. Estos ejercicios ayudan a construir sólo por el hecho de eliminar la posibilidad de equivocarnos, y ésa es una responsabilidad compartida de los ciudadanos. Quienes rechazan el ejercicio de debatir, lo que hacen en realidad es rehuir a la posibilidad de cumplir con un requisito al que todo demócrata aspira, desde la antigua Grecia: convencer. Javier García Bejos Subsecretario de Planeación de Sedesol @jgarciabejos