Los debates a debate

Es un hecho, el debate no es un ejercicio frecuente en México. No nos gusta, no le entendemos y, por lo mismo, no estamos acostumbrados a debatir. Qué paradoja, México es un país de machos que rehuyen el debate. 

Esta será la quinta ocasión en que tendremos “debates” entre los candidatos a la Presidencia de la República. Y, la verdad sea dicha, de poco o nada han servido en el pasado. A casi 25 años del primer debate presidencial, aquel 12 de mayo de 1994, no hemos aprendido a hacerlos ni a aprovecharlos. El problema ha sido siempre el mismo: que son los partidos políticos quienes diseñan y aceptan las reglas. Por lo mismo, los debates han sido siempre aburridos, acartonados e inútiles. Para ellos, entre menos audiencia, mejor. 

Mejor, porque se trata de exponerse lo menos posible. De que no se desvelen las debilidades de los candidatos, sus torpezas o ignorancia. No importa que no logren comunicar sus propuestas. No importa que los votantes no puedan comparar entre ellos. Lo que importa es verse bien y arriesgarse lo menos posible. En otros países, los debates son vistos como una oportunidad de ganar votos y reducir la ventaja del puntero. En México, no. Aquí es un trámite fastidioso por obligación de ley. 

Resulta interesante revisar los cuatro debates presidenciales anteriores. Mi primera sensación fue como un salto al pasado. Pero más allá de la sensación subjetiva, resulta increíble que “los grandes temas nacionales” en todos los debates son prácticamente los mismos: inseguridad, impunidad, corrupción, desarrollo económico, educación, y justicia social. 

Aquel primer debate de 1994 en realidad fue una sesión somnífera de tres monólogos eternos, donde los candidatos tenían ¡prohibido interrumpirse! Por la noche, el de bate fue descrito por Jacobo Zabludovsky, en su noticiero “24 Horas” de Televisa, como “una confrontación de apasionante interés”. 

Todas las ediciones anteriores de los debates presidenciales han sido tan inútiles que solo se les recuerda por coloridas anécdotas. En 1994, Diego Fernandez de Cevallos, candidato del PAN, describió al priísta Ernesto Zedillo como un “buen chico, con altas calificaciones, pero en democracia creemos que sinceramente no aprueba”. En 2000, el debate solo nos dejó las quejas del candidato priísta, Francisco Labastida, porque el panista Vicente Fox lo llamo “chaparro”, “mandilón”, “mariquita” y “lavestida”. Luego, en 2006 hubo dos debates. En el primero, Felipe Calderón y Roberto Madrazo intercambiaron acusaciones de corrupción sin mayores consecuencias, En el segundo, el pleito fue entre Felipe Calderón y López Obrador por la inseguridad pasó desapercibido. El debate de 2012 nos dejó dos momentos. Cuando López Obrador mostró, de cabeza, una fotografía de Enrique Peña Nieto con Carlos Salinas de Gortari y las inolvidables miradas lascivas del candidato de Nueva Alianza, Gabriel Quadri, a la voluptuosa edecán del vestido blanco. 

En 2018, habrá tres debates. Esperemos que, al menos uno de ellos, nos dejen algo mejor.