La trinidad de nuestro infierno

Que hace falta una nueva ronda de reformas en este país, dice la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), de la que México es miembro. Un miembro patito: el más corrupto, el más desigual, casi el más pobre. Estamos en la cornisa. José Ángel Gurría, Secretario General de la organización, lo dijo ayer: estado de derecho, corrupción e impunidad, los temas que, como una serpiente que se muerde la cola, afectan más temprano que tarde a la economía de un país. En especial al nuestro. Esa es la trinidad de nuestro infierno del que si no somos todos partícipes, al menos somos (casi) todos víctimas. Nada que no supiéramos: “la mayor parte de los mexicanos hoy sigue creciendo en pobreza o estado de vulnerabilidad. Esto es inaceptable”, dijo Gurría. Sabemos que debemos tener un sistema más transparente en el funcionamiento judicial, imparcialidad, seguridad. Y aun sabiéndolo, la realidad manda. El chiste se cuenta sólo, suponiendo que podamos decirle “chiste”. La Secretaría de Gobernación –papa caliente que sobre el final de sexenio le entregaron a Alfonso Navarrete Prida– informó del asesinado de 30 aspirantes a puestos de elección en el siguiente proceso electoral. El crimen se ha inmiscuido en la política. O al revés. La  OCDE presentó a los candidatos a la presidencia de la república el programa Getting It Right, prioridades estratégicas para México. La idea es que los candidatos lo incorporen a sus plataformas, a sus debates, a sus campañas. No sucederá. O será apenas una simulación. Poco han dicho los señores y señora que pretenden gobernar el país sobre acciones concretas en materia de transparencia, corrupción e impunidad. Todos lo rezan de memoria, como un credo en el que no creen, pero peras y manzanas para explicar qué y cómo lo harán… nada. Eso uno de esos temas que a fuerza de que todos saben qué hacer, en realidad nadie sabe nada. La corrupción en México es un monstruo de mil cabezas. Lamento no acordar con Andrés Manuel López Obrador: no alcanza con que el presidente no sea corrupto para que la corrupción acabe. No es suficiente la voluntad. No sirve el simple deseo. Me pregunto, entonces, y les pregunto a ustedes, si creen que es necesaria una segunda hilera de reformas; si es pertinente poner leyes sobre las leyes, para erigir la honestidad y si la verdad necesita ser regulada. Nuestra crisis, no está en las instituciones de manera tan clara como en nuestra ética y nuestra moralidad, lo que somos como individuos y nuestros comportamiento como sociedad. Ya sabemos todo lo que es ilegal. Y conocemos el castigo que recibiríamos por infligir las leyes. Lo que parecemos desconocer es cuán idiota resulta menospreciarlo. Así de sencillo.