Todavía en la elección de 2012, la figura del candidato presidencial benefició a candidatos a diputados y senadores, a alcaldes y gobernadores. El triunfo del priísta Aristóteles Sandoval, por ejemplo, fue posible debido a que, en gran medida, tenía características físicas similares a las de Enrique Peña Nieto: joven, guapo y bien peinado. Su aspecto de galán de telenovela lo encumbró y lo hizo presidenciable con casi con tres años de anticipación.
El tema viene a cuento porque para el proceso electoral de julio entrante, al que especialistas y analistas políticos han calificado como el más complejo de la historia, aquella fórmula, la de que eran los presidenciables los que jalaban el voto a favor de los otros candidatos, no se repetirá, al menos, en este 2018.
Nuestro sistema político experimenta cambios radicales en su forma tradicional. Ya no será entonces el candidato presidencial de ninguna de las coaliciones o partidos el que beneficie a los otros aspirantes, como en 2012, sino al revés: será la fuerza de los candidatos locales los que nutran el voto de los presidenciables o no.
Hasta un Andrés Manuel López Obrador lo sabe. De allí su plan de hacerse de candidatos a pesar de ser cuestionados por su pasado o su alejamiento de Morena, pero que se hicieron de la candidatura. Es el caso de Víctor Hugo Romo en Miguel Hidalgo, ciudad de México, donde incluso, se encuentra el principal bastión del ex jefe de gobierno. Por eso, López Obrador también dio una candidatura a el actor Sergio Mayer y Francisco Chiguil, por citar algunos, porque en las encuestas salen fortalecidos.
Pero además, están los casos de Susana Harp, en Oaxaca, y Cuauhtémoc Blanco, en Morelos, quien este fin de semana se registró como el aspirante al gobierno y amenazó sin decir su nombre a Graco Ramírez, mandatario local. “Que se pongan a temblar, les llegó la hora de correr y esconderse”. Llama la atención que el Partido Social Demócrata (PSD) que llevó a Blanco a la alcaldía de Morelos a su vez registró a Rodrigo Gayosso, hijastro de Graco, como candidato a la gubernatura en alianza con el PRD.
La disputa de los candidatos por región será fuerte en cada distrito o municipio del país en busca de su propio triunfo sí, pero al mismo tiempo deberá abastecer con votos a su aspirante presidencial. Otro ejemplo, ocurre en Estado de México. En Tlalnepantla por ejemplo, el PAN pretende arrebatarle el ayuntamiento al PRI, una zona, incluso, en donde su aliado el PRD creció bien por la figura de Juan Zepeda de Neza.
En Tlalnepantla, incluso el aspirante panista Beto Díaz, ha recibido a operadores de gobernadores como Francisco Cabeza de Vaca, Miguel Márquez y Kiko Vega, donde van a la caza del voto de 700 mil electores, pero donde se tiene medido que se puede ganar con 130 mil sufragios.
La fuerza regional, lo saben todos los actores involucrados en este proceso, vale oro en este 2018.