Muchas historias se pueden contar respecto a la hazaña de ir a un concierto en el Foro Sol, aquí al lado, en la Ciudad de México, pero una cosa es segura: el traslado para llegar y salir de la zona, seguro será toda una odisea.
En 25 años de conciertos, desde la inauguración de ese espacio, no hemos aprendido a dar movilidad a la zona; además, la sobreventa de espacios en algunos shows (como el Depeche Mode el domingo y, seguramente, el de hoy), hacen que el desagrado por la experiencia se le empareje peligrosamente al gusto de oír a artistas entrañables.
Xenofobia no es, por supuesto. Agorafobia tampoco. Desastrofobia ante la mala planeación y logística de eventos masivos, eso sin duda.
Incluso si uno ha ido varias veces al Foro, nada garantiza que se tenga control sobre las innumerables variables que hacen pensar si la relación satisfacción musical-inversión de tranquilidad vale la pena.
Como ya detalló con inmejorable ironía el actor y periodista Sergio Zurita, a muchos fans de DM les arruinaron la experiencia y a muchos otros, por poco. La disposición de las estructuras para el sonido versus el campo visual de la gente en al área general hicieron del concierto un espectáculo apantallador; ajá, sólo a través de las pantallas se podía seguir.
Otro, y el inicial, gran inconveniente fue la llegada. Mares de almas electrónicas enlatadas en autos y camionetas, privados y de alquiler, haciéndose camino por Viaducto, Fray Servando, Río Consulado; kilómetros a la redonda, el tráfico anunciaba la afluencia de 65 mil personas.
Río Consulado tuvo, intermitentemente, cancelado el acceso por el puente peatonal que conecta el Palacio de los Deportes con el ingreso directo al Foro Sol. Una estática y desesperada fila de caras largas escuchaba al abridor Rey Pila y temía que el reloj diera las 9 de la noche, cuando iniciaban los británicos.
Olas de gente también a la salida denotaron un toque clasista en el problema de movilidad: el Metro cerró temprano. No esperó a los asistentes que no tienen auto o para pagar un taxi a tarifas desproporcionadas, incluidos los no taxis de Uber. Ahí sí que hubo un sesgo, pues las estaciones de Metro para los conciertos amplían sus horarios a discreción, según el show.
Claro, ayer no hubo excepción. Hubo gente que esperó bastante tiempo a ver si se abrían las rejas de las estaciones Ciudad Deportiva y Puebla. Pero nada. El regreso a casa fue tan complicado y anhelado, narran, como la vuelta a Ítaca. Pero sin duda, como recuerda el poema homónimo del griego Kavafis, el viaje siempre vale la pena.
Kilo por kilo, nota por nota y grito por grito la odisea pagó con creces el marasmo vial. Dave Gahan y sus muchachos entregaron una vibración nostálgica de los 80 y 90.
Sin duda, como dice el acrónimo de este CruzYGrama, México se la sabe. México rifa. El concierto, Depeche, la experiencia de verlos quizá por última vez, pagaron.