A una semana de las elecciones presidenciales en la Federación Rusa, hay pocas personas que tienen dudas respecto al ganador de esta contienda electoral. El incuestionable favorito, Vladimir Putin, se mantiene en el poder desde el año 2000 como Presidente ya en tres ocasiones y primer ministro en una. Los demás candidatos –siete en total– reflejan mayoritariamente un sistema político que no ha conseguido abrirse plenamente a la democracia, y una sociedad en la que hay grupos que siguen añorando a la Unión Soviética.
Alexéi Navalni, un conocido activista político y social, involucrado en la lucha contra la corrupción, y el único que podría haber disputado el puesto al actual presidente, fue excluido por la comisión electoral de la participación en las elecciones y no es candidato.
Después de la desaparición de la Unión Soviética en 1991 y del caos de la década de los 90, el presidente Putin dio a Rusia una importante estabilidad política y económica. Putin abrió también las perspectivas de la modernización de un país sumido por más de siete décadas en el comunismo. Consiguió establecer una buena relación con Occidente. Pocos recuerdan, pero en los primeros años de nuestro siglo algunos analistas pronosticaban la posibilidad de la entrada de Rusia en la Alianza Atlántica. Hubo incluso un buen entendimiento entre el gobierno ruso y Estados Unidos, y una relación de socios estratégicos de Rusia con la Unión Europea.
No obstante, la anexión en marzo de 2014 del territorio ucraniano de Crimea y los indicios de la interferencia rusa en los procesos electorales en diferentes países cambiaron toda su relación con Occidente. Se tuvo que recurrir a la imposición de sanciones. Por otra parte, la bajada de los precios del petróleo debilitó mucho el modelo ruso de desarrollo basado en recursos energéticos. De tal manera, en 2015 y 2016 ese país vivió una recesión de la que apenas está saliendo lentamente con un crecimiento de 1.7%. Finalmente, el gobierno ruso endureció su política frente a la sociedad civil que está demandando una mayor apertura y la eliminación de la corrupción.
Para los próximos seis años, Putin anunció la implantación de políticas para disminuir la pobreza, impulsar el crecimiento económico y fabricar armamento poderoso. Estas promesas son suficientes para ganar las elecciones por un Presidente que sigue gozando de muy altas tasas de aprobación. Sin embargo, parecen limitadas para que Rusia gane en la competencia internacional.
En el fondo, el mantenimiento del status quo político y el estancamiento socioeconómico le están pesando demasiado. China, percibida en su momento como la hermana menor de Rusia, tomó en serio esta advertencia y está consiguiendo una transformación notable, al menos en lo económico.
Ojalá las ansias de transformación y de modernización crezcan en la sociedad rusa rumbo a la elección presidencial de 2024. Antes será difícil esperar que a Rusia le llegue un cambio.
BEATA WOJNA / Exembajadora de Polonia en México