Meade: matar o morir

José Antonio Meade ha relanzado su campaña y una parte fundamental de la nueva estrategia descansa en ganar en el Tribunal Electoral del Poder Judicial la batalla legal para que el INE revoque una decisión y permita los debates entre los candidatos durante la etapa de intercampañas que termina el último día de marzo. Si Meade logra una resolución favorable del Tribunal, estará llevando la campaña al terreno que el candidato considera suyo, el debate de argumentos para resolver los problemas del país. La intención del cuarto de guerra de Meade parece clara: apostar a que los electores comparen sus propuestas, subrayando el contraste entre el priista como un candidato de ideas y sin cadáveres en el closet, junto a las propuestas sin argumentos de López Obrador y la campaña sin ideas de Ricardo Anaya, a quien el PRI intenta retratar como un político oportunista que construyó una fortuna por medio de operaciones de lavado de dinero. En una situación ideal, si Meade y el PRI convencen al Tribunal Electoral del Poder Judicial de caminar con ellos como ya ha sucedido con otras impugnaciones para echar abajo el acuerdo del INE que prohíbe los debates, y al mismo tiempo logran debilitar la candidatura de Ricardo Anaya, el candidato priista lograría en esta etapa definitoria descarrilar la candidatura del aspirante de la coalición Al Frente por México y colocarse en una posición competitiva ante López Obrador. Meade espera que el contraste entre las ideas razonables que él presenta y las ideas disparatadas que los priistas tratan de subrayar en López Obrador, le permita captar el voto útil de los electores, mientras Andrés Manuel comienza a perder los puntos que habitualmente desciende el puntero. Desarticular la campaña de Andrés Manuel desde la perspectiva de las propuestas y exhibir a Anaya como un corrupto, dan forma a la regla de tres a la que Meade se ha referido como la fórmula simple que le permitirá ganar la presidencia, polarizando al electorado con el contraste de propuestas y perfiles y partiendo la elección hasta convencer a la mayoría del electorado de votar por él como el candidato más preparado para gobernar. El verdadero desafío de Meade no será presentar propuestas impecables desde la frialdad de los números, sino convencer a los electores de creer en él y en sus ideas para ordenar el país como presidente del partido más desprestigiado y más repudiado por los ciudadanos; el reto crece sustancialmente si Meade enfrenta la campaña acompañado por priistas altamente vulnerables en la opinión pública por su pasado caciquil, corrupto o autoritario. De nada servirá si Meade logra abrirse paso en la elección armado de propuestas razonadas y soportadas técnicamente, si la lista de los candidatos plurinominales que el PRI deberá presentar a finales de marzo se convierte en la burda recreación de Alibaba y los 40 ladrones. Para Meade tomar las decisiones correctas será la diferencia entre matar o morir.