El único oftalmólogo de la UNAM a quien parece no interesarle abrir los ojos ni ayudar a que los demás los abran bien es Enrique Luis Graue, nuestro Rector. Vaya ironía.
La inseguridad que se vive, provocada por la omisión cómplice de combatir el narcomenudeo en Ciudad Universitaria, no está dentro del campo visual del máximo funcionario de la Máxima Casa de Estudios.
Parece ser que se ha empañado su mirada y criterio. Continúa minimizando lo que todos vemos, y algunos –los actuales estudiantes que acuden a diario a las aulas, explanadas y pasillos– padecen más.
Enrique Luis Graue no ha cumplido. Ayer (y el martes, y seguramente hoy y mañana) distintos medios de comunicación dimos cuenta de que la distribución y compra-venta de drogas continúa siendo una escena costumbrista, en lugar de ser un asombro del realismo mágico o el surrealismo.
O lo que es lo mismo: las autoridades han decidido cerrar los ojos y las posibilidades de convocar ayuda para resolver lo que no ha podido resolverse.
Rampantes, los dealers en CU ya no sólo alteran la dinámica académica por cometer un delito de orden federal, sino que ahora regulan las interacciones sociales en las áreas que regentan.
Cuando alguien quiere tomar fotos con su celular en las zonas donde operan, por ejemplo, caen en seguida a los transeúntes (como refiere hoy la crónica de nuestra página 12), los amedrentan, les piden entregar el celular (lo cual es un robo) o, algo más grave aún, exigen ver el contenido multimedia del teléfono y ordenan qué fotos y archivos borrar, en la más flagrante intromisión a la privacidad del alumnado. Y en medio.
Incluso –me confió ayer un colega de televisión–, hace poco Armando Ríos Piter fue a grabar una de sus cápsulas del Reporte Jaguar en las islas de CU, y fueron abordados por personal de la UNAM para decirles que era necesario avisar que levantarían imagen.
El asunto no era por censura ni mucho menos, sino para ofrecerles intermediación y que los dueños del terreno, los so mencionados dealers, y ellos, pues corrían peligro de andar grabando aunque fuera un par de minutos. Y en tanto, el discurso de la autonomía universitaria sigue anclado en la consigna malinterpretada del “no pasarán” los policías. ¿Y sí los narcos?
Graue: ¿es verdad que no se puede ni pasear por ahí, sin que se pida permiso? ¿Es tan obtusa la visión que no alcanza para ver que no se ha podido con este problema y que cerrar los ojos no hace que se esfume el monstruo?
O cambiamos el enfoque (y apuntados estamos muchos ex alumnos desde diversas trincheras) o entre cataratas (que nublan la vista a donde está la zona cero) y degeneraciones maculares de nuestros vigías en el campo, vamos a quedarnos a tientas y perderemos (más) de nuestra UNAM. ¡Goya!