En Siria, patria del primer alfabeto, los vestigios de las primeras civilizaciones se deslucen ante los combates implacables de la guerra atizada por el régimen sirio, sus aliados, y por la inacción de las potencias occidentales, a pesar de que estas últimas tienen fuerzas desplegadas en territorio sirio. Una vez más, los civiles, incluidos niños, están siendo asesinados, a la vez que Bashar al-Asad permanece impermeable a la denuncia y crítica del exterior. El aturdimiento de los medios, la inmovilidad de las instituciones internacionales y los gobiernos, y las súplicas de las agencias de ayuda y de los sirios en peligro caen en oídos sordos.
Durante casi una semana, los aviones de Asad y Rusia han lanzado bombas cada minuto o dos contra Ghuta Oriental, en la periferia de Damasco y una de las regiones donde comenzó la revuelta contra el régimen en marzo de 2011. Esta ofensiva pareciera contradecir los acuerdos de Astana (firmados entre Rusia, Irán y Turquía) que entraron en vigor el 6 de mayo y que prevén la creación de 4 “zonas de desescalada”, entre ellas Ghuta. En ellas, las fuerzas gubernamentales y los grupos de la oposición debían abandonar el uso de todo tipo de armamento, así como la aviación; debía facilitarse la canalización de asistencia humanitaria, la reconstrucción de infraestructura hídrica y eléctrica, y el regreso de refugiados y desplazados. Se trata de espacios controlados por la rebelión desvinculada del Estado Islámico. Ésta es la excusa del gobierno sirio para arrasar. Así, Astana parece una estrategia de guerra para debilitar a la oposición y retomar territorio de manos de la insurgencia con la sincronización de sus batallas.
Ghuta cumple su quinto año bajo asedio. Desde 2013, cuando se usó gas sarín contra su población, el régimen bloqueó alimentos, medicinas y ayuda; siendo una de las zonas más agrícolas de Siria, la población civil rehén ya no tenía qué comer. Ahora, el régimen bombardea el área implacablemente, en particular sus instalaciones médicas, hasta lograr que capitule. Más de 400 mil personas están atrapadas. Los civiles no pueden abandonar el enclave y esperan la muerte, como los más de 500 que han perecido, al menos 90 niños. Aquellos que sobreviven son obligados a abandonar sus hogares, que luego son expropiados.
Como tras el ataque brutal a Alepo, Duma o Homs, se apresuran las expresiones de empatía de los gobiernos, se pide a “todas las partes” moderación aun cuando la asimetría de poder militar, a favor del régimen sirio, es evidente. Se repite que no hay interlocutores en la oposición, y que es mejor “el diablo por conocido”, que el bueno por conocer. Podrá ser conveniente el que los tomadores de decisiones de las potencias se rijan por un pragmatismo que les permite su propia agenda, pero para hacerlo posible prescinden de una dimensión moral que deja de ser verdadera política.
De los 17 millones de sirios, 13.5 millones necesitan ayuda humanitaria, seis millones están desplazados internamente, cinco millones han abandonado el país. Con más o menos proximidad, la tragedia humana nos atañe a todos. Los sirios no podrán superar este proceso por completo, si los otros países, incluido México, no se reconocen en esta responsabilidad y en esta catástrofe.
Sábado 7 de Diciembre de 2024