Antonio Attolini: ¡Fuera máscaras!

A lo largo de mi vida me he dado cuenta de que carezco de ciertas habilidades sociales. Por ejemplo, me resulta muy difícil entender el sarcasmo, el doble sentido o la ironía. Me es prácticamente imposible adivinar, interpretar o suponer qué es lo que una persona quiere decir entre líneas y generalmente suelto palabras al aire de manera aleatoria sin proveerlas de contexto o intención. Es incómodo para algunos, confuso para casi todos. Sin embargo, yo siento una especial reconciliación con el mundo y me siento especialmente reanimado, muy feliz y emocionado. En las últimas semanas, el debate público ha tenido a bien girar alrededor de distintos temas sin dejar lugar para las ambigüedades ni las promesas vacías. Se habla claro y de frente. A excusa de las precampañas, en México se ha hablado sobre mecanismos de justicia transicional como la amnistía y con ello, la necesidad de modificar la actual estrategia de seguridad; de cuáles son los mejores indicadores para la medición de la pobreza; de si es o no viable el nuevo aeropuerto como un proyecto de inversión en infraestructura; de la relación tan tensa -por decir lo menos- y discrecional que tiene la Secretaría de Hacienda con las entidades federativas. Y si bien se han hablado de muchos temas, lo mejor ha sido que se ha desprovisto del aura sacrosanta a los comentócratas miembros de la industria de los puntos de vista. Los comentarios de Leo Zuckermann en La Hora de Opinar por Foro TV, la editorial de Krauze en su revista Letras Libres, el artículo del lunes de Sergio Sarmiento en el periódico Reforma (por mencionar algunos ejemplos) ya son productos que se mantienen en pequeñitos nichos de reflexión y análisis para algunos incautos tradicionalistas que todavía les siguen la pista. En este proceso electoral, muchos han revelado lo fútil y oxidado de sus enmarcados discursivos por ser, en realidad, solamente una diatriba de fobias y filias personales propias de una generación que no pudo cumplir las promesas de sus padres. Toca ahora confrontarlas, superar y trascenderlas con visiones de país que incorporen elementos de análisis que sirvan para la construcción de nuevas identidades políticas más allá de las agotadas “izquierda y derecha”. Impera un clima de opinión que debe obligar -por principio de ética intelectual- a todos los agentes políticos a readaptar sus coordenadas y ajustar sus categorías de análisis para estar a la altura de nuestros tiempos, siempre con sentido de utilidad y de servicio. Partidos políticos, intelectuales públicos, think tanks, instituciones de gobierno, hombres y mujeres de todas las edades y giros profesionales, ¡fuera máscaras! Arránquense la camisa, deje atrás la buenaondita y métase al fango con cuchillo, cadenas y bóxer de metal. Hagamos honor al maestro Sabina y construyamos un país en donde ser valiente no salga tan caro y ser cobarde no valga la pena.  
ANALISTA POLÍTICO