Los intentos o la reconfiguración de los grupos políticos y de poder en el país suele desencadenarse en la recta final de cada gobierno. Conocemos traidores y traicionados. Pero lo que ocurre en el actual no tiene precedentes en el México moderno.
Manuel Espino, por ejemplo, de ultraderecha, que vio en AMLO un peligro para México hasta descarrilar su proyecto en 2006, otra vez asoma las narices y parece congraciarse para ser aceptado por el aspirante presidencial de Morena.
El propio AMLO terminó de distanciarse con Dante Delgado de Movimiento Ciudadano en 2015, porque le dio espacio a Espino, un embustero de la política que vende castillos en el aire. Al propio Dante le sacó ocho candidaturas para sus “mejores” aspirantes. Ninguno ganó. Perdió la confianza y ya como diputado terminó de romper al negarse a devolver bonos millonarios como los demás legisladores anaranjados.
Polimnia Romana, una de las más fieles en su momento al liderazgo de López Obrador, se quejó ayer. “Nos pidió salir a las calles. Nos pidió hacer resistencia. Y ahí estuvimos, marchas, plantones, resistencia civil pacífica. Hoy se burla de nosotros dándole la mano a Espino. No se vale”.
En la lógica política de AMLO, sin embargo, se vale eso y más. Ya no debe sorprender: tiene en su círculo, enlaces de televisoras, ex panistas como Espino y de Osorio Chong, cuyos elementos del nacimiento del PES en Hidalgo reflejan su influencia en ese partido.
En la degradación de los partidos, se creó otra coalición extraña. El PAN, PRD y MC. Ayer también vimos en redes una cara de ese alebrije político. Roberto Gil, que no ha renunciado al PAN, criticó al gobernador de su partido Javier Corral, por su arreglo con la Federación para recibir 900 millones de pesos. Rápido salió a defender a éste, no un panista, sino un perredista formado en el movimiento estudiantil de la UNAM. Grupos al revés.
En el PRI, los meades marginaron a los clásicos partidistas a pesar de la crisis por la que atraviesa el partido. Los reacomodos se están dando de manera más repetida e impensable. Esas fórmulas o nuevas familias que buscan sobrevivir del erario a partir del proceso electoral entrante, demeritan la ideología política. Vemos hombres y mujeres sin ideas en la cabeza ni en papel. “Me equivoqué al juzgarlo”. “Lo malo es que le va a los Pumas”. “AMLO ganó mi corazón”.
Predominan las citas comunes para justificarse, pues lo que importa es formar parte de un grupo o pertenecer a un cacique en el ocaso de la partidocracia. Pero después de julio, sobre todo del lado de los perdedores, volverán las traiciones. Los que pasen la aduana, a ver hasta dónde les alcanza. Todo dependerá de la distribución de los cargos e instituciones para mostrarse leales o no. Nada haría de México un país mejor si los acuerdos no sólo fueran para adquirir, usar y prolongar el poder, sino que por vocación, de veras empujar la construcción de un nuevo régimen.