La voz del privilegio

La oferta política no da muchos motivos para el optimismo. Es difícil encontrar opiniones objetivas que destaquen la calidad de las propuestas de los partidos y candidatos. Ya sea porque en general han sido malas, o sus promoventes poco confiables, o están plagadas de incongruencias, o todas las anteriores. Por ello, y porque suele ser más atractivo, nos concentramos en los tropiezos y oportunidades de quienes compiten. En todo caso, el tono de nuestra conversación es siempre pesimista, lamentando la pobreza de los liderazgos y la suciedad ubicua de nuestra política; hablamos de ella con asquito. Ya basta. Es momento de asumir algo, un mínimo siquiera, de corresponsabilidad en este asunto. Si nos parece que tenemos una clase política indigna y miserable es porque como sociedad no nos distinguimos mucho de ella. Es porque nuestra calidad cívica es también paupérrima y vergonzosa. No son marcianos quienes nos gobiernan. Los que nos parecen impresentables, corruptos, abusivos e incompetentes son parte de una sociedad, la nuestra, que los reproduce y los solapa. Nos encanta insultar y despreciar a los políticos, sin reparar en cómo, cotidianamente, los emulamos y cobijamos. Esto lo ilustra claramente la más visible muestra de nuestra nula virtud cívica, de nuestra ineptitud ciudadana, de nuestro cotidiano desdén por la vida en comunidad: las relucientes placas de Morelos en flamantes autos de quienes viven y circulan en Ciudad de México. Parte interesante de la historia la ha reportado Claudio González Caraza de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad. Pero ahí, y en la opinión pública, están presentes tan solo las imágenes y nombres de políticos que eluden su tenencia. El fenómeno no es exclusivo de estos notables evasores. El propio reportaje referido habla, citando una fuente del gobierno capitalino, de una pérdida anual superior a los mil, quizá dos mil millones de pesos en tenencias; que implicaría cientos de miles de autos evadiendo este impuesto. No se sorprenda si mi cálculo chicharronero fuese correcto. Le aseguro que alguien entre sus familiares cercanos, o quizá usted mismo, compró recientemente un auto de precio mayor a los 250,000 pesos, y aprovechó la gestión que las mismas agencias hacen, o algún domicilio propio o de algún cercano, para registrar el auto en Morelos aunque se use esencialmente para circular en la Ciudad. Y lo racionalizarán con la perorata de la corrupción e ineficiencia gubernamental. Nadie niega los rezagos, ¿pero desde cuándo la forma de corregir una injusticia es sumándonos a los incumplimientos? Si nos ahoga el contrato social capitalino, donde quienes tenemos más también debemos contribuir más, estamos en libertad de irnos a vivir y circular a la tierra del Cuau, o trabajar para eliminar la tenencia acá. ¿Qué no nos damos cuenta que al evadir el pago de la tenencia le gritamos a los políticos que sus abusos también se explican? ¿Que su sacrificio por los horarios largos, la refriega de la vida pública, y el posible desprestigio eterno, justifica sus múltiples excesos? La razón de los fracasos de México está, por supuesto, en la ausencia de oportunidades adecuadas para millones de sus habitantes; pero sobre todo, en la irresponsabilidad y tropelías de quienes sí las tienen. La voz del privilegio no puede, no debe ser, la de la indolencia y la corrupción. ¿Qué dicen de usted sus placas?