Desde hace décadas, en muchas zonas de la UNAM es más fácil conseguir mariguana que una calculadora científica.
En mi época de estudiante, en la Facultad de Ciencias Políticas, para comprar papelería debía uno caminar hasta la Tienda de la UNAM, cerca de la estación Universidad, o hasta a la colonia Santo Domingo. Pero para conseguir un “toque” bastaba con salir del salón de clases.
Allá por los noventa, cualquier alumno o profesor “pacheco” podía compartir un “churro” de vez en cuando, pero no había dealers ni narcomenudistas.
No había violencia producto del consumo de drogas. Había más pleitos cuando corría el alcohol y se armaba la fiesta en los estacionamientos de facultades. Y eso no ha cambiado mucho.
La diferencia es que hoy CU está infestada de drogas. Narcomenudistas venden a plena luz del día, golpean a periodistas y agreden a cualquiera que se atreve a vulnerar su territorio “libre y autónomo”. No hay poder humano o autoridad capaz de ponerle un alto a la impunidad.
Derivado de la balacera que terminó con la vida de dos dealers, el rector, Enrique Graue, pide que la autoridad investigue y castigue a los responsables, pero no quiere que las fuerzas policiacas pisen los jardines o las losas de sus instalaciones porque su autonomía las protege.
Sí, la UNAM es autónoma en su libertad de cátedra y libre pensamiento, eso nadie lo discute. Lo que no es aceptable es que esté secuestrada por delincuentes que ha hecho de su espacio uno de los más importante para la distribución de drogas en el sur de la ciudad.
¿Qué pasó para que los rectores cerrarán los ojos ante un fenómeno que agravia y lastima la imagen de la UNAM y su comunidad?
¿Qué pasó para que autoridades locales y federales se hicieran de la vista gorda y dejaran que la “maña” se apoderara de los pasillos que vieron caminar a prominentes pensadores y académicos del país, como Mario Molina, Octavio Paz, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Julieta Fierro, Jorge Carpizo y Olga Sánchez Cordero, entre otros?
¿Qué pasó para que una de las 100 principales universidades del mundo, declarada Patrimonio de la Humanidad, esté en las primeras planas de la nota roja, y por qué ninguna autoridad rinde cuentas por eso?
¿Qué pasó para que sus explanadas se convirtieran en zona de tolerancia y se trastornará la vida académica de una comunidad que lo único que busca es la transformación y el desarrollo de este glorioso país, tal y como lo proclamó Justo Sierra hace 108 años?
¿Qué pasó en la UNAM para que entre la comunidad universitaria hablen las balas y no el espíritu?
Bueno, si desde 1999 no han podido desocupar el auditorio Justo Sierra, bautizado como Che Guevara y ocupado por quién sabe quién, ¿qué podemos esperar de lo demás?
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Y como dice el filósofo… Nomeacuerdo: “No es propio del médico entonar cantos mágicos ante la dolencia que necesita el bisturí”.