El guión más fresco de la elección presidencial es la acusación del Sistema de Administración Tributaria contra Ricardo Anaya, candidato de la coalición Por México al Frente, por la venta de una nave industrial en operaciones que involucraron lavado de dinero.
Días después de que se formó, la empresa Manhattan Master Plan Development, de Manuel Barreiro, compró la nave a Ricardo Anaya por 54 millones de pesos. A diferencia de las empresas fantasma ligadas a la estafa maestra documentada en Sedesol, el SAT se apresuró a declarar la compañía de Barreiro como empresa fantasma.
Un protagonista esencial de la novela de la elección es el jugoso matrimonio formado por el PRI y el PAN. ¿Ricardo Anaya logró destruir una alianza de cinco gobiernos? ¿Los antiguos aliados están enfrentados a muerte o pueden volver a pactar? Nadie lo sabe, pero los hijos que procrearon juntos (las reformas neoliberales de Salinas, la venta de Telmex y de los bancos, el Fobaproa y las reformas estructurales de Peña), han dejado huellas visibles, y parafraseando a José Antonio Meade, candidato del PRI, han dejado desde luego consecuencias.
Una de ellas, el Fobaproa, el millonario rescate de los bancos. De acuerdo con El Huffpost, dos décadas después de que el Congreso convirtió en deuda el rescate bancario, los mexicanos hemos pagado más de 2 billones de pesos y la deuda es 67% mayor.
Entre los consorcios beneficiados por el rescate bancario aparecieron los apellidos de empresarios amigos de Salinas y de Zedillo y de sus aliados del PAN. Las empresas se libraron de las deudas, cargadas a los contribuyentes, y pudieron comprar a precio castigado los bienes adjudicados al Fobaproa. No hay ninguna investigación oficial abierta sobre este tipo de operaciones que constituyen un delito establecido en la Ley de Protección al Ahorro Bancario.
Parece el guión de una novela rusa de suspensos cerrados, pero en realidad asistimos a la novela política mexicana del siglo XXI, bajo malabáricos actos de corrupción y estafas, pactos y traiciones, evasores de impuestos, sociedades políticas y económicas y hasta escándalos sexuales que, se asegura, son preservados como un tesoro en forma de video para reventar candidatos en caso de emergencia.
Parecería también el guión de una novela con destino en la que hemos visto envejecer a los viejos protagonistas de la alianza PRI-PAN. Lo que vemos en la campaña son los trapos sucios de un matrimonio político con intereses económicos (y sus historias) que no podría entenderse sin la complicidad mutua de dos antiguos socios que conocen bien los negocios y cómo se hacen. Se han querido, se han odiado y ahora hasta parece que se quieren matar.
Si el gobierno de Peña no había investigado antes a Anaya es porque tenían un pacto y una complicidad . Veremos si en el intento de aniquilar al enemigo, Peña, Meade y el PRI no terminan por catapultar a la presidencia al actor secundario que les está robando la obra.