Héctor Serrano Azamar: Política, moral y dogma

El candidato de Morena para la Presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador, ha desarrollado un extraordinario sentido de las oportunidades mediáticas, es uno de los personajes nacionales que constantemente fijan temas en la agenda política nacional, por eso resulta casi imposible para los analistas políticos, no hablar de él con cierta regularidad. El martes, López Obrador rindió protesta como candidato presidencial del Partido Encuentro Social, que, junto con el Partido del Trabajo y Morena son integrantes de la coalición Juntos Haremos Historia, dicho acto habría pa- sado casi inadvertido, de no ser por la propuesta del tabasqueño para convocar a una asamblea constituyente con la finalidad de elaborar una nueva Constitución Moral. Aseveró que, en caso de ganar la contienda electoral, en el proceso de elaboración de la nueva constitución participarán: poetas, activistas, escritores, psicólogos, filósofos, antropólogos, especialistas, indígenas y líderes religiosos, y mencionó: “Será un diálogo interreligioso, entre religiosos y no creyentes para moralizar a México”. También habló de la falta de valores en el país y su compromiso para recuperarlos. Su sentido de la oportunidad al máximo, no pudo escoger un mejor auditorio que la militancia y/o feligresía del PES para hablar de su nueva propuesta, no explicó si esta nueva Constitución Moral, sustituirá a la actual, tampoco mencionó si en algún apartado habrá espacio para la regulación de las instituciones legalmente constituidas o si en su elaboración prevé la participación de algún jurista destacado. Ésos son temas de poca importancia cuando el público receptor del mensaje se da por satisfecho al escuchar sólo aquello que quiere oír, la Constitución Moral de Andrés nos deja más du- das que respuestas de su viabilidad y alcances, pero al mismo tiempo revela aquello que se viene cocinando a fuego lento desde hace muchos años; la mezcla entre política y moralidad como elementos del nuevo “dogma mexicano”. Si la política se define como la “actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o a un país” y es indiscutible que López Obrador es un político que aspira a gobernar el país, sus propuestas tendrían que ser en el ámbito de los asuntos públicos, de las finanzas, de las leyes, de la economía, en suma, los asuntos del gobierno. Cuando a esto se le añade un elemento como la moral “(conjunto de costumbres y normas que se consideran buenas para dirigir o juzgar el comportamiento de las personas)”, el asunto empieza a complicarse, porque aquel que aspira a gobernar un país, también pretende dirigir la moral de la personas, y no contento, aspira a regularla en una constitución. La moral, que es distinta de la ética, no debería pretender regularse en un texto constitucional, las constituciones reconocen derechos y libertades, no las limitan, el gobierno se ocupa de asuntos públicos, no de privados, la moral se inculca en casa, en los colegios, en las iglesias y en las familias al libre albedrío. Que una misma persona pretenda erigirse no sólo en el líder político de la nación, sino también en su líder moral, lo coloca en la ruta hacia el “dogma político”, del cual escribiré en otra columna.