Él no pensaba lo mismo, suponía la magia inevitable de lo absurdo y lo obscuro, de los monstruos, de los niños, de la muerte, la noche y la obscuridad.
El joven animador de Disney arranca la hoja una vez más y la arruga haciéndola una bola de papel que caerá con furia en la montaña de intentos fallidos de su bote de basura, no importa cuánto su mente intente viajar a ese cuento de hadas luminoso y feliz, sus personajes se tuercen, tienen la cara alargada y los ojos hundidos enmarcados por ojeras prominentes, usan ropa obscura y son demasiado pálidos.
Su jefe lo había reprendido varias veces reprochándole dibujar sólo niños que parecen estar deprimidos o enfermos. Él no pensaba lo mismo, suponía la magia inevitable de lo absurdo y lo obscuro, de los monstruos, de los niños, de la muerte, la noche y la obscuridad, porque como cualquier persona lo suficientemente sensible era capaz de descifrar la belleza desprendida del prejuicio.
Increíble imaginar el tiempo que pasó a la par de las ideas que se deslizaron por su mente para que se alejara de la fábrica de finales felices y decidiera perderse en su propio mundo. Uno en el que habitaría un fantasma con pijama rayada, un joven con manos de tijera, el espíritu del Halloween personificado, una bellísima novia cadáver y muchísimos más personajes que no sólo narrarían historias con las que absolutamente todos los que buscábamos el cuento al revés estábamos buscando, si- no también pondrían a prueba del mundo pop la estética de lo obscuro en una versión tan actual.
Así me gusta pensar en Tim, antes de adentrarme a través de la puerta del museo disfrazada de barroca cabeza de monstruo burtoniano a la exposición del museo Franz Mayer que pretende acercarnos a ese universo tan fácil de identificar y para mí tan fácil de conectar.
En las salas lo podemos espiar de cerca, en sus manías y sus bellezas, entre grandes y coloridas piezas al óleo, instalaciones neón en caja de luz negra hasta garabateos de personajes en servilletas y un sinfín de hojas de libretas. En cada una de las miradas de sus personajes que se pierden en el enloquecedor estilo marcado por ese infantilismo de humor negro y estética depresiva, el arte pop del incomprendido y la tesis del inadaptado.
Porque mas allá de un artista plástico y cineasta, Tim Burton representa a aquellos que se sintieron tan incómodos en algún trabajo, escuela o reunión, que llegaron a la conclusión de que este sentimiento no venía del error, sino de la honestidad. De saber que eran capaces de crear su propio universo en el que se sentirían libres e incapaces de regresar a un molde en el que sus alas se sintieran atrapadas.