Los analistas políticos bisoños confiesan que se quedaron perplejos cuando se enteraron que Andrés Manuel López Obrador había incluido a Napoleón Gómez Urrutia en la lista de candidatos a senadores de MORENA. ¿Por qué la perplejidad? Si el asunto está bastante claro, acota el columnista.
En su loca carrera por la Presidencia de la República en el 2018, Andrés Manuel necesita dos cositas, bueno, cosotas: votos y dinero. Y está dispuesto a conseguirlas como sea. En esta elección no se pondrá “moñoso” como hace 12 años, cuando la entonces maestra de la maldad y la perversidad, Elba Esther Gordillo le ofreció el voto de los maestros del SNTE (por lo menos 1 millón) y carretadas de dinero, que dignamente el tabasqueño despreció argumentando que “esas pulgas no brincaban en su petate” ( no especificó a quién se refería) por lo que perdió. Hoy López quiere asegurar el voto de los mineros de Coahuila, Zacatecas, Durango y otras entidades donde Gómez Urrutia tiene poder y dinero.
Pero si además de estas dos cosas, el tabasqueño consigue asestarle sendos madrazos a Germán Larrea y a Alberto Bailleres, empresarios que, según López, son los que han armado la campaña de que aquél es un “peligro para México”, pues qué mejor. Y si aunado a ello le manda un mensaje al ex presidente Felipe Calderón y a Javier Lozano), quienes fueron los verdugos de “Napito”, pues vaya carambola.
Un poco de historia: Hijo de Napoleón Gómez Sada, Napito es un cachorro del sindicalismo. Empero, su señor padre le orientó hacia derroteros diferentes, porque la vida sindical era muy ruda, y por eso preparó a su vástago para mejores ambientes. Lo mandó a estudiar a la aristocrática Universidad de Oxford. Regresó a México e incursionó en las filas de la alta tecnocracia financiera. A finales de los setenta, David Ibarra, entonces secretario de Hacienda, lo colocó de director de la Casa de La Moneda. Napito permaneció ahí una década; con el tiempo, el cargo le pareció aburrido, soñaba con ser senador y de ahí gobernar Nuevo León. Pedro Aspe negoció con don Napoleón su salida. Después incursionó en la industria minera como alto ejecutivo.
Al enfermar el padre, Napito cayó en cuenta que podía heredar, pero saltó un impedimento: no era ni había sido minero. Acudió a la simulación, se disfrazó de trabajador, y consiguió que Alberto Bailleres le diera chamba de auxiliar de contabilidad de la mina de la Ciénaga, en Papasquiaro, Durango, con un miserable sueldo de 28 pesos diarios. Las autoridades judiciales no convalidaron la farsa y negaron la famosa toma de nota. Sin embargo, por algún arreglo en lo oscurito, Carlos Abascal, secretario del Trabajo en el gobierno de Vicente Fox, lo reconoció. Meses, años después, Abascal (entonces secretario de Gobernación) lo desconoció como dirigente del sindicato, días antes del accidente en la mina Pasta de Conchos. Napito tuvo que huir a las montañas de Canadá.
En el sexenio de Felipe Calderón, la autoridad laboral, encabezada por Javier Lozano, le negó la toma de nota y lo desconoció como líder, lo que obviamente no agradó a Napito. Hoy que regresó le mandó el siguiente mensaje a Lozano: No te la vas a acabar “Rin Tin Tin”.