La elección presidencial de julio representará la misión más extraordinaria y compleja que el PRI haya enfrentado en casi 80 años de existencia. La gente sabe, porque ha leído o escuchado de las encuestas, que 8 de cada 10 mexicanos reprueban al gobierno de Enrique Peña, que recuperó para el priismo la presidencia de la República.
Este hecho, en apariencia insignificante, representa un valor o una pérdida destacados en el hecho de que el presidente no podrá aparecer ante los ciudadanos como la figura sólida y todo poderosa que en otras épocas comandó al partido a una victoria electoral. La imagen del gobierno está muy devaluada y es un enorme peso negativo que arrastra el candidato del PRI.
Pero a pesar de esta dura calificación social, Peña tampoco es un “pato cojo”, como se suele llamar en Estados Unidos al declive de un gobernante y la pérdida de poder que eso representa. Ver a Peña reducido a un político en desahucio o arrastrando la cobija sería tan ingenuo como negarle al PRI cualquier posibilidad de retener la presidencia en las elecciones de julio de 2018.
En medio de esta contradicción, Peña emerge como la pieza más importante del PRI en la elección presidencial, con la cercanía estratégica de su hombre de más confianza, Luis Videgaray, una suerte de mano del rey que tuvo una influencia definitiva en las reformas estructurales y en la selección de José Antonio Meade como candidato del PRI.
Todo indica que el presidente decidió en los días finales de la precampañas una serie de ajustes en el cuartel del PRI. Además del reto extraordinario de remontar un distante tercer lugar, el presidente y su partido tienen el desafío de decidir lo mejor. Pero en el adjetivo comienzan los problemas.
¿Lo mejor para quién? Para el priismo nacional ya no se pudo, porque Miguel Osorio Chong perdió la partida ante Meade ¿Lo mejor para Meade? ¿Lo mejor para el futuro del PRI? ¿Lo mejor para el presidente Peña? ¿Lo mejor para el partido en un escenario de derrota o de preservación de la presidencia?
La decisión de entregar espacios en las listas plurinominales a los grupos de poder podría ser muy riesgoso para el PRI en el escenario de una ola lopezobradorista. Si la votación le es adversa en el Congreso, el priísmo no podrá recargarse en la juniorcracia sin más mérito que un apellido; va a necesitar echar mano de los priístas con más experiencia legislativa para construir equilibrios en el Poder Legislativo, en el escenario de enfrentar a un gobierno desde la oposición.
La tarea extraordinaria de Peña supone relanzar la campaña de Meade y contener divisiones en la definición de las listas de candidatos, al tiempo que palomea las candidaturas de los peñistas urgidos de fuero y decide la alineación en las cámaras del Congreso. Si prevalece el interés de Peña, un error de cálculo puede borrar al PRI de un Congreso lopezobradorista.