Hemos entendido todo mal, atravesado mil veces el umbral de la coherencia y olvidado –tal vez por salud mental– el poderío de una vida digna. México está encerrado en un ciclo de mentiras. Una de ellas, la idea de que el desempleo está controlado en el país. No importa que el INEGI nos entregue la cifra oficial de que sólo 3.6% de la población en edad laboralmente activa no tiene trabajo. Un record, nunca había sido tan baja en los últimos doce años.
Hay una realidad que las instituciones no cacarean: esa cifra baja de desempleo fue forjada durante décadas de pésimas condiciones para los trabajadores. Ley tras ley, reforma tras reforma, la clase trabajadora mexicana fue traicionada. Lo explica con claridad el informe Empleo Precario y Mala Educación en México, del Instituto para el Desarrollo Industrial y Crecimiento Económico (IDIC): en este país el problema no es el desempleo, sino las pésimas condiciones en que las personas consiguen un trabajo. Al cierre de 2017, el 57% de quienes sí tenían un empleo, guardaba relación con la informalidad. Casi 30 millones; 10 millones más que todos los trabajadores registrados en el Instituto Mexicano del Seguro Social.
¿Qué significa esto? Un presente con un sueldo muy por debajo de la mayoría de los países latinoamericanos. Argentina, 530 dólares; Costa Rica 527; Uruguay 430; Chile y Paraguay cerca de 400; Guatemala 363… y así hasta llegar a los 132 dólares de México, que es casi la mitad que los mínimos de Bolivia o Perú. Significa también no tener seguro médico, trabajar sin prestaciones como aguinaldo y vacaciones pagadas, sin días de licencia por maternidad, enfermedad o accidentes. Cero aportaciones que les permita pensar en un crédito para la vivienda otorgado por el INFONAVIT y un futuro sin jubilación.
Ahí está la realidad de cacarean. Pero, ¿cómo llegamos hasta aquí? La respuesta está en un sistema político perverso y que, definitivamente, atenta contra la dignidad de los trabajadores.
Dignidad es oponerse a un futuro que se presenta desfavorable, explica Fabrizio Mejía Madrid, en el libro Manual Para Votantes, que además está ilustrado por Helguera. En el mismo libro, explica cómo esta democracia encontró un desviación desde su nacimiento. Los ciudadanos elegimos presidentes, senadores, diputados, alcaldes, etc. La idea es que cuando asuman sus funciones, lo hagan representando los intereses del pueblo en busca del bien de la mayoría. Pero en la práctica eso no sólo no funciona, sino que demás esos representantes asumen el poder de reprimir a los ciudadanos –que los pusieron en sus puestos– cuando osan protestar porque las medidas que toman como gobierno no le convienen a la sociedad.
De ese sistema perverso participan o participaron, por ejemplo, todos los candidatos a la presidencia que tenemos a la vista el día de hoy. Esas boletas de las elecciones de mitad de año serán un triste recordatorio de quienes nos condujeron hasta aquí. Ninguno puede negarlo. Y quien lo haga, miente. Así de sencillo.