Homero Niño de Rivera: Síndrome Hubris

Los neurólogos que trabajan en la neurociencia afectiva estudian los impulsos que generan nuestras emociones, la actividad neuronal que determina nuestra personalidad, que motiva nuestro comportamiento. Por otro lado, desde hace tiempo hay consenso entre los estudiosos de las ciencias sociales, en que la política se trata de eso, de emociones, de esos impulsos. Es emoción más que razón. Y las emociones irremediablemente alteran nuestra conducta. El médico, y también político inglés, David Owen, ha sido un profundo estudioso de la relación entre la política y la medicina. Ambos, el médico y el político, dice, “tienen en sus manos la vida de las personas”. “Los políticos toman muchas decisiones que tienen consecuencias trascendentes en la vida de la gente que gobiernan e incluso, en los casos más extremos, pueden ser cuestión de vida o muerte”. En su libro “En el poder y la enfermedad”, trata con detalle lo que él llama Síndrome Hubris, y lo describe como una patología o trastorno de la personalidad que afecta a los líderes políticos. El concepto proviene del griego Hybris, que describe a alguien que se comporta con desmesura, soberbia, arrogancia. La palabra proviene del teatro de la Grecia antigua y se usaba para señalar a los personajes que siempre robaban escena. Según Owen, las personas que padecen este trastorno, tienen un desmesurado orgullo y confianza en sí mismos. Tienen un ego desmedido, se sienten capaces de realizar grandes tareas, se creen superiores. Llegan incluso a tener la sensación de contar con dones especiales. Esta psicopatología les genera delirios de grandeza, de omnipotencia. El estudio señala que la evolución de este síndrome tiene más o menos las siguientes etapas: El líder gana el poder; la experiencia se le sube a la cabeza, y empieza a tratar a los demás, simples mortales, con desprecio y desdén. Llega a tener tanta fe en sí mismo que empieza a creerse capaz de cualquier cosa. Este exceso de confianza, esta megalomanía, lo lleva a interpretar equivocadamente la realidad que lo rodea, ya no razona con serenidad, se vuelve impulsivo, imprudente; y al final, evidentemente, comete errores. La mitología dice que al final, el personaje, se lleva su merecido y se encuentra con su némesis, que lo destruye. En el drama griego los dioses envían la némesis porque se considera que en un acto de hybris el omnipotente trata de desafiar a la realidad dispuesta por ellos. El que comete el acto de hybris pretende transgredir la condición humana, imaginando que es superior y que tiene poderes similares a los de los dioses. Pero los dioses no toleran semejante cosa, de modo que son ellos quienes lo destruyen. Quizás por eso se dice que los emperadores romanos tenían siempre a su lado a una persona dedicada solamente a recordarles que eran simples mortales y no dioses. Junto a todos los aduladores que siempre acompañan al poderoso, alguien que les recuerde su lugar. Todos hemos sido testigos, en inumerables ocasiones, de autodestrucciones derivadas de este síndrome en la política. Luego de leer a Owen entiendo que es el castigo de los dioses. Nos recuerdan a los seres humanos que no debemos robar escena, que debemos entender el lugar que nos toca. Pero la política es así, seductora, y a algunos, en ocasiones, los enloquece. Y dice el dicho que “aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”.   Colaborador