La poeta y activista estadounidense Muriel Rukeyser tiene una frase muy atinada: “El universo está hecho de historias, no de átomos”.
Voltea a tu alrededor y lo comprobarás, voltea a verte a ti y lo reiterarás.
Tenemos cierta adicción a éstas y eso es normal, desde la época de las cavernas se dibujaban y hoy se cuentan a través de otras tantas formas; es una manera de preservarnos.
Jonathan Gottschall, autor de libro The storytelling Animal y especia- lista en temas sobre la evolución del ser humano, lo dice muy bien: Tenemos una compulsión por las historias, es parte de nuestra naturaleza evolutiva y psicológica.
De hecho, para explicarlo más claramente usa el término homo- fictus (hombre ficción), seres inmersos en fantasías que incluso pasan más tiempo en mundos ficticios que en el mundo real.
Por eso no podemos soltar un libro o dejar de ver una serie; por eso los cafés están llenos de gente a todas horas.
Por eso no dejamos de enviar mensajes y ver las redes sociales: historias, historias y más historias encontramos.
Pero qué hay de nuestra historia personal, esa que muchas veces (por estar en la de otros) no vemos, esa que parece irreal o está cargada de drama o de extrañas coincidencias.
Esa que cargamos o más bien nos carga a nosotros.
Por supuesto que hay elementos que definen su curso: Si te llamas como tu mamá o tu abuela; un nombre poco común o incluso tu apellido; si naciste el Día de Reyes
y nunca has partido un pastel si no una rosca; ni decir si eres extranjero; ¡qué decir si te cayó un edificio encima! Pero eso no la define per se. El mundo de las historias, ése del que somos adictos, está determinado por la forma de contarla, en el cómo.
Por ejemplo, un escritor determina la injerencia de un acontecimiento en su personaje principal; nosotros también tenemos ese poder en la nuestra.
Somos cocreadores, y podemos marcar el rumbo que le damos a nuestras vidas; definir quién carga a quién.
Llenarla de ficciones innecesarias o de superhéroes. Ser los antagonistas o los protagonistas.
Los cursos de storytelling que imparto tienen diversas áreas de aplicación, pero invariablemente se toca un punto personal y le pido a mis alumnos: cuéntame tu historia. Comienzan con cierto descontento, y conforme avanzamos, no hay quien los detenga. Parto de dos premisas:
La primera, conocer nuestra propia historia para poder contar otras. La segunda premisa consiste en indagar a través de la escritura, qué nos estamos contando.
Finalmente, el objetivo que busco se cumple cuando mis alumnos me dicen: quiero ser el héroe de mi propia historia.
Miércoles 4 de Diciembre de 2024