Una historia maravillosa que termina en ruinas

Me decepciona profundamente conocer el caso del ex jugador de Grandes Ligas, Esteban Loaiza, quien enfrenta un proceso judicial en una Corte de San Diego luego de que fue detenido transportando 20 kilos de cocaína y heroína. La semana pasada se declaró inocente de los cargos que le imputan y en unas semanas sabremos cuál será su destino. En otros momentos en este mismo espacio ya hemos hablado acerca de cómo en muchas ocasiones se le otorgan a los deportistas o al deporte más atributos de los que en realidad tienen. Así, hablamos del deporte como sinónimo de salud y resulta que el alto rendimiento es un atentado al cuerpo por el nivel de exigencia inhumano –lo cual empuja también al dopaje- al que se ven sometidos los atletas. Lance Armstrong es un ejemplo. O, por otro lado, creemos que los deportistas son héroes, personas perfectas, sin defectos e incapaces de cometer los errores que los seres humanos “normales”, usted y yo, sí cometemos. Pero no. Ya tenemos bien entendido que los atletas mienten y se dopan (Marion Jones), se fuman un cigarro de mariguana (Michael Phelps), comenten adulterio (Michael Jordan), usan drogas sociales (Maradona), evaden impuestos (Messi, Cristiano Ronaldo y una larga lista en España), entre otras conductas propias de los humanos. Lo de Esteban Loaiza particularmente me lastima porque se convirtió en un role model. En un hombre que en 2003 parecía derrotado con un contrato de Ligas Menores con Medias Blancos de Chicago por apenas 500 mil dólares y una invitación a los campos de entrenamiento. Ese año terminó ganando 21 juegos y como un sólido candidato al Trofeo Cy Young que perdió con el hoy fallecido Roy Halladay de Azulejos de Toronto. Su historia fue inspiradora para chicos y grandes. En su carrera de 14 años con siete equipos ganó casi 44 millones de dólares. Vistió el uniforme de la selección nacional de beisbol, incluso hace un año en la presentación de las Academias de CONADE fue uno de los invitados de lujo y promotor de este proyecto. ¿Qué pasó? ¿Qué lleva a un atleta destacado, respetado, reconocido y admirado por niños a estar metido en un problemón por el presunto tráfico de drogas? ¿En qué momento Esteban Loaiza se extravió y tomó un camino equivocado? Sólo él sabe que lo empujó a cometer uno de los delitos más despreciables: envenenar la mente y el cuerpo de las personas, entre la cuales se cuentan muchos niños y jóvenes. Que Loaiza use drogas –si es que las usa- no me indigna. Es su cuerpo. Es su decisión. Las consecuencias son suyas también. Pero después de ser un atleta que cultivó su cuerpo y conoció la cultura del esfuerzo deportivo me cuesta mucho digerir que duerma tranquilo sabiendo que forma parte de una cadena de enfermedad y muerte. Diacrítico. No se trata de hacer leña del árbol caído, pero es que si no nos laceran este tipo de conductas es que estamos extraviados. Que un individuo sin oportunidades en la vida, sin escuela, sin dinero, sin más mundo que una realidad miserable trafique con drogas es entendible (no justificable), pero que un ex atleta lo haga nos obliga a cuestionarnos qué hicimos mal. ¿No que el deporte es formativo? ¿No que forma mejores personas y ciudadanos? ¿En qué fallamos?